Por: Argentina Artavia Medrano
Desde su aparición, el COVID-19 ha monopolizado nuestras conversaciones. Palabras como pandemia, aplanar la curva, paciente cero, casos asintomáticos, inmunidad, antiviral, crecimiento exponencial entre muchos otros términos, han llenado los discursos y mensajes oficiales, los noticieros, las redes sociales y las conversaciones cotidianas.
A medida que hacemos todo lo posible por adaptarnos y cambiar o reforzar hábitos, parece que también tenemos un idioma completamente nuevo que aprender. Muchas de las palabras y frases relacionadas con la crisis sanitaria que vive el mundo entero son completamente nuevas. ¿Qué significan? ¿Tenemos la certeza de que todas las personas comprenden lo que se dice?
El lenguaje técnico profundiza las desigualdades
Enfrentar una pandemia implica asegurarse de que todas las personas estén lo completamente informadas para poder protegerse a sí mismas y a las demás con quienes vive o interactúa. La población necesita informarse para saber cómo actuar, cuáles medidas aplicar, pero ¿Qué sucede si las personas no comprenden los términos, si las palabras y el lenguaje utilizado es demasiado técnico y no es de fácil comprensión?
“Quédate en casa”, “esta batalla la ganamos juntos”, “Costa Rica trabaja y se cuida”, han sido frases utilizadas para inducir comportamientos o “normalizar” lo que se estaba enfrentando. El distanciamiento físico (NO el “distanciamiento social” como se sigue diciendo) se introdujo para intentar frenar la propagación del virus; el llamado a evitar reuniones sociales, la utilización del transporte público, el llamado a trabajar desde la casa, así como el mantener una distancia de al menos dos metros de las demás personas, muy pronto dejó al descubierto la realidad de la pandemia.
Claramente, el “quédate en casa” no tomó en consideración las desigualdades de la población a la que se le hacía el llamado. Es cierto que las medidas de confinamiento buscaban proteger la salud pública, pero ¿se pensó en las condiciones que tenían o enfrentaban todas las personas? El lenguaje utilizado no contempló o consideró las condiciones adversas que tienen importantes sectores de la población. El “quédate en casa” no era posible para todas las personas, menos cuando lo que hace es profundizar las desigualdades. ¿“Quédate en casa” cuando no existen las condiciones materiales para hacerlo? ¿Cuándo la única posibilidad de buscar el sustento familiar es hacerlo fuera de la “seguridad” del hogar? ¿Cuando no hay agua potable, cuando se vive en precario en condiciones de hacinamiento; cuando no se cuenta con equipo tecnológico o conexión a la velocidad requerida para trabajar o estudiar?
El lenguaje NO es neutro; tiene significados, connotaciones y consecuentemente, impactos. El lenguaje ES político; puede poner en evidencia situaciones, acontecimientos, pero también, permite poner en evidencia o invisibilizar como en este caso, condiciones de precariedad, exclusión, discriminación, xenofobia, así como los impactos en poblaciones específicas (mujeres, migrantes, indígenas, afrodescendientes, entre otras). El lenguaje también estigmatiza, separa, divide, rechaza; al otro que puede contagiarme, al otro que es diferente, que es pobre, que es migrante…
Si el virus se agrava por condiciones de salud preexistentes, es claro que las condiciones preexistentes de desigualdad y exclusión profundizan los impactos en la sociedad que las sufre.
Ejemplos que evidencian la dureza con la que el lenguaje oculta realidades, sobran. Prácticamente al inicio de la pandemia, las lecciones fueron suspendidas y se llamó a la virtualización del curso lectivo en escuelas y colegios tanto públicos como privados. Inmediatamente se produjo la primera gran división y por consiguiente exclusión: entre quienes sí podían asumir la virtualización producto de una mejor conectividad, además de contar con los conocimientos, las habilidades y destrezas tecnológicas y aquellos que no podían hacerlo, porque no tenían con qué o no sabían cómo. Se evidenció entonces otra de las consecuencias más impactantes de la desigualdad educativa: quienes sí contaban con los recursos tecnológicos, además de las habilidades pedagógicas para desarrollar la virtualidad, dispusieron sus entornos y acomodaron los contenidos para continuar el curso lectivo; los que no, se fueron quedando atrás.
Hoy, más de 90 mil estudiantes están fuera del sistema escolar, porque se “les perdió el rastro”, porque maestros y profesores “no saben nada de ellos” … Evidentemente, las brechas tecnológicas (el acceso a dispositivos tecnológicos, velocidad de la conexión a redes) y las desigualdades territoriales afectan el acceso al derecho humano a la educación, con el que nuestro país se ha comprometido a lo largo de muchas décadas.
En el caso de las mujeres, la emergencia derivada del COVID-19 está provocando impactos diferenciados; la crisis sanitaria está visibilizando y profundizando las desigualdades de género existentes, tanto al interior de los hogares como en los lugares de trabajo. Por un lado, los espacios para la participación en la toma de decisiones que les atañen directamente se ven reducidos y por otro, el trabajo no remunerado viene a constituirse en una sobrecarga de tareas domésticas y de cuido de niñas y niños, personas adultas mayores, con discapacidad o enfermas, que no ha hecho sino agravar las condiciones de vida de las mujeres.
Adicionalmente, la pandemia ha evidenciado que los hogares no son lugares seguros para las mujeres; la violencia ha ido en aumento y se han incrementado también los feminicidios. Lamentablemente, el lenguaje también ha pretendido invisibilizar esta otra pandemia, intentando mantener este tipo de violencia en el espacio de lo privado y de las relaciones personales, desconociendo la responsabilidad que como sociedad se tiene en la defensa y protección de los derechos de todas las personas. “Las mujeres hemos escuchado el “Quédate en casa” toda la vida. Ha sido la estrategia histórica e ideológica para reducir y mantener a las mujeres en el mundo de lo privado. En la nueva normalidad, la crisis del COVID 19 NO puede significar un retroceso en los derechos alcanzados”. (Mora, 2020).
El exceso de información también conlleva peligros
Y como si la utilización del lenguaje técnico y discriminatorio no fuera ya suficiente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos dice que el exceso de información relacionada con el virus también tiene un impacto directo sobre la población y como casi todo en los últimos años, sobre la democracia. La Infodemia es el concepto utilizado por la OMS para referirse a la sobreabundancia de información (en algunos casos correcta y en otras falsa) sobre un tema concreto, en este caso el coronavirus, que dificulta que las personas encuentren fuentes u orientaciones confiables cuando las necesitan.
La falta de información verídica sobre el tema puede conducir también a la costumbre cada vez más frecuente, de excluir y perpetuar estereotipos, usualmente dirigidos contra poblaciones como la migrante, la que vive en condición de pobreza, la que se percibe como “diferente”, “extraña” y por lo tanto, de la que se debe alejarse. “De los extraños, sin embargo, conocemos demasiado poco como para sentirnos capaces de interpretar apropiadamente sus tácticas y concebir nuestras propias respuestas adecuadas: es decir, para adivinar cuáles podrían ser sus intenciones y qué harán a continuación. Y el desconocimiento de cómo continuar, de cómo tratar una situación que no hemos creado y que no tenemos bajo control, es causa fundamental de grandes ansiedades y miedos (Bauman, p. 15). Y ese miedo, lleva casi siempre al rechazo y a la exclusión.
La necesidad imperiosa de reconocer(nos) y visibilizar las diferencias
“… la experiencia es lo que me pasa y lo que, al pasarme, me forma o me transforma, me constituye, me hace como soy, marca mi manera de ser, configura mi persona y mi personalidad” (Larrosa, 2007). Por eso es fundamental que el lenguaje no pretenda “objetivar”, “cosificar” ni homogeneizar una realidad que no puede ni merece ser unificada. Ese lenguaje debe permitir conocer las distintas vivencias de las personas, sino también la manera en la que viven “sus” realidades, la manera en la que interpretan las situaciones y fundamentalmente, su visión y percepción de las cosas.
Es necesario tomar siempre en consideración las condiciones y experiencias diferenciadas de personas o grupos, de manera que nadie pueda imponer autoritariamente la propia experiencia a otro”. (Larrosa: 2007, p. 4. El resaltado no corresponde al original). Es importante por lo tanto visibilizar las distintas condiciones que las personas enfrentan, no asumir que la única experiencia válida es la que resulta de los lenguajes “políticamente correctos”, aquellos que usualmente terminan por imponer esquemas de vida y que la mayoría de las veces, ocultan realidades y experiencias.
“La humanidad está en crisis -nos dice Bauman- y no hay otra manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad entre los seres humanos”.
Fuentes consultadas
Artigas, M. y Flores, J. (2020). Glosario del coronavirus: todos los términos que rodean al Covid-19. Recuperado de https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/glosario-coronavirus-todos-terminos-que-rodean-covid-19_15314
Bauman, Zygmunt (2016). Extraños llamando la puerta. Paidós.
Larrosa, J. (2007). La experiencia y sus lenguajes. Recuperado de https://eva.udelar.edu.uy/pluginfile.php/1490152/mod_resource/content/1/1_La%20experiencia%20y%20sus%20lenguajes_larrosa.pdf
Organización Panamericana de la Salud. Entender la infodemia y la desinformación en la lucha contra la COVID-19. Hoja informativa. Recuperado de https://www.paho.org/es/file/64245/download?token=vqDvd7jC
Unidiversidad (2020). La infodemia y el peligro de la desinformación en tiempos de pandemia. Recuperado en http://www.unidiversidad.com.ar/la-infodemia-y-el-peligro-de-la-desinformacion-en-tiempos-de-pandemia82