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Por: Anthony García-Marín

Una de las características principales de las crisis sociales, sean estas de carácter financiero, inmobiliario o sanitario -como las que hemos experimentado en los últimos 13 años- es la sobre exposición a la información. Diferentes medios y agentes compiten, no solo por transmitir su mensaje sino y principalmente, por las formas en que se debe comprender dichas crisis y, por lo tanto, los mecanismos e insumos con los que se cuenta para hacerles frente.

En medio de este mar de información, que muchas veces se puede convertir en desinformación en el caso de no contar con las herramientas para discernir un dato de una opinión y con ello considerarle información, se encuentra las vivencias de las personas sobre las cuales se esgrime estas informaciones, donde muchas veces incluso se parte de certezas y de muy poca evidencia sobre la cotidianidad de la población que hemos definido en condición de vulnerabilidad.

Algunos ejercicios académicos suelen tener ideas acerca de cómo se experimenta estas situaciones, muchos de ellos ofrecen preguntas, metodologías, conceptualizaciones en mayor o menor medida cercanas al día-día de estas poblaciones, es decir, muchas investigaciones que se hacen desde la academia piensan cómo es la cotidianidad de la población en condición de vulnerabilidad, lamentablemente las brechas entre unas y otras hace que sean aproximaciones que algunas ocasiones nos sorprenda en la medida que el privilegio está y estará de por medio.

En esta pugna por crear información, la misma población que experimenta la condición de exclusión social genera su propio entendimiento de su condición y/o situación, es decir no solo queda en manos de personas expertas ofrecer una explicación plausible. Por lo anterior, las personas no son solo actores y actrices protagónicas, sino que son comentaristas y críticos de cine, latinoamericano en nuestro caso, que tiene como característica la persistencia, reconfiguración y profundización de la desigualdad social.

Un formato de esta información son los memes, que en la mayoría de los casos expresan situaciones cotidianas asociadas a sentimientos como el dolor, angustia, desesperación, amor, esperanza o agotamiento. El siguiente es uno de los ejemplos que circuló relacionado con la temática de la educación virtual desde los hogares o bajo la modalidad combinada (presencial-virtual):

Más allá del chiste, y la comparación del intelecto con el de los simios, en el mismo se refleja una de las muchas situaciones en pandemia: la preparación académica de padres, madres, hermanas, hermanos y familiares en los hogares no es el requerido para el apoyo en el proceso de enseñanza-aprendizaje en una educación virtual o combinada. Las familias se enfrentaron a las Guías de Trabajo Autónomo (GTA), elaboradas por docentes, con bajos niveles de instrucción, tal cual queda evidenciado en el VIII Informe del Estado de la Educación medido a través del Clima Educativo del Hogar, es decir, de los años de estudio promedio de las personas mayores de 18 años en dichos hogares [1].

Este Informe realizó una consulta en los hogares, relacionado con la percepción que se tenía del nivel de preparación para dar apoyo académico a sus hijas e hijos durante la pandemia en el contexto de educación virtual y combinada, a lo cual el 60% indicó no estar preparada para dichos apoyos [1]. El meme en este caso parece chiste, pero es anécdota, una que da cuenta de la compresión que se tiene de las problemáticas que afecta a la población en condición de vulnerabilidad y a la que muchas personas en la academia nos sorprende.

[1] https://estadonacion.or.cr/proyectos-estado-de-la-educacion/