Por: Fernando Obando Reyes (Costa Rica)
Resumen: Por medio de la pregunta “¿Cómo suena la música del bicentenario?” se traza una ruta a lo largo del texto que busca cuestionar y reflexionar aspectos atinentes a las expresiones musicales que han surgido desde los países centroamericanos próximos a celebrar el “Bicentenario de la Independencia”.
El ensayo pone atención tanto a la diversidad de géneros musicales que se pueden encontrar, como a algunas de las temáticas discursivas identificadas de manera explícita o implícita en el amplio catálogo de música centroamericana.
Finalmente, se plantea la necesidad de entender a la “música del bicentenario” como un universo de expresiones artísticas que responden a la diversidad cultural de la región y la urgencia de pensar al territorio centroamericano como un lugar capaz de re-imaginar los géneros musicales en sus propios términos.
¿Cómo suena la música del bicentenario?
¿Cómo suena la música del Bicentenario? Quizás, en otro momento la pregunta me hubiera pasado esquivamente. He intentado que así sea, pero al parecer se vuelve recurrente en mi cabeza y empieza a sufrir varias metamorfosis. ¿Cómo suena la música del Bicentenario? ¿Bicentenario de la Independencia? ¿Bicentenario de la Independencia de Costa Rica? ¿De la Independencia de Centroamérica? ¿Cómo pensar 200 años en forma de notas musicales? ¿Qué clase de sonidos podrían hacerle justicia a una respuesta que le va a tocar lidiar con una gran pregunta?
Lo que empezó como un cuestionamiento retórico en una mañana tranquila, ahora se ha vuelto una duda existencial que está presente día y noche en mis espacios cotidianos. ¿Cómo suena la música del Bicentenario? Me doy cuenta de que una parte de mí siente impotencia. “Si no estuviéramos atravesando una crisis sanitaria, apuesto que estaría yendo a cuanto concierto haya para lograr dar una respuesta satisfactoria” me digo mientras intento recuperar una sonrisa al visibilizar lo negativo del panorama actual.
Me preocupo ligeramente, pues las meditaciones ahora vienen acompañadas de constante ansiedad. ¿Cómo suena la música del Bicentenario? ¿Será que hablar de “géneros musicales” tiene sentido en una discusión así? ¿Cómo se podría pensar la región, si a veces el solo hecho de intentar comprender la localidad se vuelve una proeza de amplias proporciones? Pasan por mi mente diversos artículos de colegas que, desde la música, la academia e intersticios en los que el eclecticismo hace de las suyas, intentan reconstruir algunos conocimientos de índole musical. En algunos casos se trata de reivindicación, descubrimientos, cuestionamientos.
¡Y es que no son pregunta menores! La música como elemento constituyente del acervo cultural de los países centroamericanos, representa como el arte ha sido un catalizador ante hitos de diferente categoría y crónicas capaces de relatar los detalles más íntimos de la vida cotidiana.
Los días han transcurrido entre incomodidad, duda y canciones aleatorias sonando en mi cabeza. Ante tal situación he decidido tomar cartas en el asunto y buscar una manera de mitigar el ritmo de un soliloquio imbuido en un cuestionamiento reiterado: ¿Cómo suena la música del Bicentenario? Me acomodo en mi silla y me pongo mis audífonos favoritos. No tengo conciertos, pero al menos tengo una velocidad de internet decente y una cuenta de Spotify. ¡Si por la música estoy preguntado, pues que sea ella la que me brinde respuestas!
Escudriño mi biblioteca de Spotify. Uno de mis ejercicios favoritos se ha convertido el recolectar listas de reproducción temáticas. Las famosas playlist. Creo que cuando le damos clic a una, es como entrar a un pequeño portal en donde se nos permite ver la música con un lente diferente. Me dirijo a mi lista de “música centroamericana” mientras me pregunto si hace 200 años, en algún momento, alguien habría pensado en la industria fonográfica. ¿Habrá alguien pensado en 1921, en el Centenario de la Independencia, sobre la digitalización de la música? ¿Cómo siquiera empezar a describir en esa época una plataforma como Spotify, en donde las opciones de elección musical podrían llegar a sentirse infinitas?
Miro de arriba para abajo mi lista de reproducción. Los géneros que se encuentran en ella son tan distintos entre sí, que sería imposible encontrar un común denominador. La misión será la siguiente: realizar un viaje con canciones aleatorias que me lleven de Panamá hasta Guatemala, pasando por Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Honduras. A lo largo del camino dejaré que sean la música misma la que funcione como introductora a las conversaciones necesarias. No prometo llegar a respuestas definitivas o preliminares; pero si al menos a un posicionamiento respecto cuál podría ser una visión que nos permita comprender a “la música del bicentenario” de una manera crítica y en contacto con las sensibilidades que nos permite explorar el arte. La tónica de incluir una cantidad exagerada de preguntas será insistente a lo largo del texto.
Hora de poner play. La primera canción empieza a reproducirse y es Rica y Apretadita de “El General” junto a “Anayka”. 1995. Un momento de confusión y sorpresa me invaden. Decido escuchar la canción completa. ¿Es la “música del Bicentenario” aquellos grandes éxitos radiales en nuestro idioma? ¿Los hits? Si discutiéramos acerca de la “verdadera música del Bicentenario” ¿Podríamos excluir a aquella que ha estado inserta en los espacios más cotidianos de nuestra vida o de aquellos que nos brindan entretenimiento? Al escuchar el ritmo de la canción, la nostalgia de muchos momentos de celebración y baile aparecen en la mente.
La canción ya lleva poco más de un minuto y el ritmo contagioso hace de las suyas al ser acompañado con un rap a gran velocidad, pero hay un momento de la canción que no puedo sacar de mi mente: el inicio. Escuchamos el arranque de un automóvil. Empieza un pequeño diálogo. El cantante vocifera: “oye oye oye mami tienes unas caderas que parecen carretera y en este día de lluvia cualquier cosa puede…” El diálogo es interrumpido abruptamente. Escuchamos el sonido de un automóvil chocando. “Tenía que ser un hombre” responde la voz de una mujer. Con voz cantante: “No lo trates, no. No me trates de engañar. Se que tú tienes a otra y a mí me quieres para hmmmm”. La canción continúa.
¿Sería posible pensar a la música del Bicentenario sin un enfoque de género? ¿Cómo ha sido marcada ésta por el machismo? ¿Es un espacio en donde hay denuncia de estos comportamientos o un campo de reproducción de ellos? ¿Realmente conocemos el papel de las mujeres en la música del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica? ¿Hemos puesto atención a lo que dicen sus canciones?
Me doy cuenta de que las preguntas se siguen reproduciendo a gran velocidad. Empiezo a sudar un poco. “Bueno y esto es solo con El General” me digo a mí mismo con tono nervioso pero optimista. Ahora que mi mente está en Panamá de inmediato conecto con “Rubén Blades”, “Cienfue”, “Capitán Ponche”, “Señor Loop”. Un giro brusco por los recuerdos me lleva a rememorar tiempos de colegio, en donde algunas canciones que escuchaba eran interpretadas por artistas panameños que visitaban Costa Rica constantemente. “Aldo Ranks”, “Match & Daddy”, “Comando Tiburón”. “¿En qué momento llegué a reguetón de principios de la década del 2000?” me pregunto un poco asustado.
Debo intentar dejar un curso en la ruta, pero empiezo a temer que este viaje de sur a norte será afectado por varios baches en el tiempo-espacio y que conexiones inesperadas pueden hacerse presentes en cualquier momento. No importa. Debo intentar retomar un poco el control. Paso de canción.
Entro a tierras costarricenses y me recibe “Monte” con su canción “San José”, la cual data del año 2014. Un rock n roll rápido y energético me recibe. La voz desgarradora de Adrián Poveda empieza a cantar una oda a la imperfecta ciudad de San José. Como josefino, es imposible no sentirme en una pequeña especie de burbuja de confort. Cientos de recuerdos de conciertos y tardes divagando por la capital de mi país me hacen sonreír con amargura, pensando en un tiempo que se siente muy lejano.
“¡Que falta hacen los chivos!” esta es una combinación de palabras que me he repetido en innumerables veces, pero por si acaso…una vez más. Intento cerrar los ojos y que sean las guitarras las que me encaminen. ¿Será que nuestra música del bicentenario es rock estruendoso, contestatario y un tanto insolente? De ese que sobrevive con uñas y sudor en contextos en donde la gestión musical viene acompañada de incontables inconvenientes y gratas sorpresas, que permiten la supervivencia del alma de quienes se dedican a la música. ¿O es el cover de rock del cover del cover del cover…? “No. Inaceptable.” digo con cara de quien pretende un gran enojo.
Cierro los ojos y dejo que mi mente divague por conciertos abarrotados de olor a ciudad. “Cabeza de Vinil”, “Doña Pacha”, “Dylan Thomas”, “El Parque”, “Time’s Forgotten”, “Mentados”, “Nakury”, “Sight of Emptiness”, “Santa Marina”, “Vicepresidente”, “Hijos”, “Io”, “Avellana”, “ColorNoise”, “Punto Konflictivo”, “Fe Nefasta”, “Zópilot!”. “Un Rojo”, “Sonámbulo Psicotropical”, “Raido”, “La Milixia”, “Avenida 49”, “Moonlight Dub Experiment”, “Anamá”, “The Great Wilderness”, “Gandhi”, “El Parque”; “Adrián Poveda”, “Kaiser Moon”, “Los Crveles”, “Sulalakaska”, “Rudeska”, “Bengalas”, “A Merced”, “Wiesengrund”, “Hijos”, “Orquídea”, “11:11”, “Niño Koi”; “Malpaís”, “Mekatelyu”, “Pato Barraza”, “Nesta”, “Karol Barboza” …y me faltan tantísimos nombres. Una avalancha de espectáculos llenos de sudor, energía y gritos aparecen en mi cabeza como si hubieran sido grabados en alta definición.
A pocos minutos de terminar la canción, la capital me remite a una contraposición. ¿Y el resto del país? ¿Cómo incluimos toda la música que se produce en todas las demás provincias? ¿Cómo se imbrican estos sonidos dentro de la partitura de “la música del Bicentenario en Do mayor”? ¿Han gozado de espacios igualitarios en los medios de comunicación? ¿Hemos logrado entender a profundidad nuestras diferencias y similitudes artísticas dentro de nuestro país?
Mientras llevo a la imaginación fuera de la capital, reminiscencias de recuerdos invaden mi mente: conciertos en montañas en Alajuela, fincas grandes en Occidente donde bandas de la zona invitan a amistades y allegados, la casa de alguien que no conozco, un bar desolado en Liberia con una banda de rock de San José, un concierto con una banda argentina abarrotado en Puerto Viejo, clubes nocturnos con djs locales en playas escondidas. Un salón comunal en Naranjo con 12 bandas de punk que ya no existen. ¿Cómo encontrar un hilo entre escenarios tan heterogéneos? Es claro que la música es una constante que va dibujando un trazo mientras recorre un ecosistema en movimiento. “Son demasiados mundos en uno solo” empiezo a decirme en voz baja y no sé si me está mareando el torbellino de pensamientos o la batería acelerada de la canción que estaba escuchando. La música para. El viaje prosigue. Un sonido lento inicia. Ya no estoy en Costa Rica y de repente hay una extraña calma.
Bascherelle de “Nemi Pipali” me recibe con los brazos abiertos. Estoy en Nicaragua. Por primera vez en el viaje siento un poco de paz. ¿Había escuchado antes a esta banda? Detecto un poco de jazz, funk, fundamentos de música progresiva, rock, sonidos ambientales. Es un entramado de distintos colores y sensaciones armoniosamente colocadas en un lienzo instrumental.
En eso lo recuerdo. Fue en un viaje por la zona de San Juan del sur hace casi una década atrás. La banda con la que tocaba en ese momento había sido invitada a tocar en un festival que sería celebrado en una playa de una esquina recóndita del Pacífico. Nos fuimos en bus. Volvimos en bus. No logramos extender nuestra travesía hasta Managua por falta de dinero, pero logramos escuchar a varias bandas: “Milly Majuc”, “Lecheburra”, “Garcín”, “Digan Whiskey”, “Q69k”. Durante aquel festival se hizo clara una ironía para mí: no conocía casi nada de la música del país vecino. Intenté recordar conciertos con artistas nicaragüenses en Costa Rica, pero “La Cuneta Son Machín”, “Luis Enrique Mejía Godoy” y “Perrozompopo” fueron los únicos nombres que registraba en mi memoria en ese momento.
La canción de “Nemi Pipali” sigue sonando. Dura más de 7 minutos y ha sido como un sueño psicodélico que ha servido de soundtrack para los recuerdos de aventuras musicales pasadas. Los acordes extendidos y los efectos de la guitarra crean un área de mística y de paz. Pero pienso en el vecino país del norte y recuerdo todos los años de guerra que han sacudido al país, las luchas que se siguen dando desde cientos de colectivos, los hermanos y hermanas con los que he intercambiado palabras al encontrarles buscando refugio de un régimen injusto y violento. ¿Cómo tender puentes entre contrastes tan densos? ¿Cómo lidiar con las disonancias entre la música y el pensamiento, al reconsiderarnos históricamente en el momento del Bicentenario?
La canción finaliza y un minúsculo rato de silencio se manifiesta como anticipación a la próxima decisión del azar. Un ritmo bailable de música electrónica, que va aumentando en volumen rápidamente, me recibe. “¿En dónde estoy?” pregunto apenado. Si no fuera porque sé que esta lista solo incluye personas artistas centroamericanas, juraría que esta música estaría sonando en algún club nocturno europeo. Voy a Spotify y empiezo a disipar dudas. Estoy en Honduras y estoy escuchando I Feel It Coming de “Most Dangerous City”.
Un nuevo carnaval de preguntas empieza a anunciarse. ¿En qué idioma es la música del Bicentenario? ¿Deberíamos descartar toda aquella que incluye un lenguaje el cual remita a procesos de colonización cultural? ¿Cómo le hacemos frente a la música en spanglish? ¿No es en sí mismo un idioma colonizador el español? ¿A qué responde la idealización del español de algunas personas como lengua mater elegida? ¿o hablan estas personas de nuestro español? ¿Cuál es el idioma del futuro? ¿Cómo decodificar esto sin caer en nacionalismos burdos? Esta avalancha de preguntas me hace pensar en la banda hondureña «Boreal Scala», en la cual se aplican juegos entre el inglés y español constantes. Estoy terriblemente confundido, pero con muchísimas ganas de bailar y definitivamente eso no ayuda a mitigar la confusión.
Intento pasarle examen a la memoria. ¿Cuántas personas artistas y agrupaciones hondureñas conozco? Puedo acordarme de “Montuca Sound System”, “Tux Lunan”, “Guillermo Anderson” y “Ecos de Dioses”; sin embargo, reconozco que me está costando seguir diciendo nombres. Es una sensación agridulce. Pues la curiosidad me gana y termino descubriendo varias agrupaciones hondureñas en Spotify. “Estamos muy cerca…pero las distancias que hemos construido son extrañas y solo la historia nos ayudará a comprenderlas” me digo como quien escribe una letra un poco simplona que pretende ser profunda.
La pista de baile se apaga. La próxima canción está por entrar. Sé que en breves segundos ya no estaré en Honduras. Esta canción la reconozco. Estoy en El Salvador y me he encontrado de frente con la agrupación “El Ático”. Este salón de baile está a punto de tomar una forma muy distinta. Guitarras furiosas y distorsionadas hacen su entrada. Magnífico Magma Magnánimo empieza a sonar y el metal toma posesión de los audífonos.
Me parece necesario anunciar que “El Ático” es una banda de metal progresivo y como es muy común en el género, se puede pasar desde lo más pesado hasta lo más delicado y atrevido en cuestión de segundos; eso sí, siempre amarrado por las más complejas y minuciosas transiciones. Contrastes por doquier otra vez. ¿Por qué hacer presente el “virtuosismo” en la música? ¿Es una característica que tendrá que estar presente cuando hablemos de la música del Bicentenario? ¿Ha sido un criterio que influye para separar “buena” y “mala” música?
Pensar en la “música progresiva” me obliga a pensar en momentos pasados y me remite directamente a nuestras versiones sinfónicas y filarmónicas de muchas canciones e “instrumentos clásicos”, llenos de teoría y complejísimas partituras. “Yo soy el único que no tiene instrumento corriente” dijo en el colegio un compañero, cuando todos “los músicos del salón” pretendían tomarse una foto y él era el único con un violín entre 5 guitarristas y 2 bajistas. Sin duda, los más ofendidos fueron los guitarristas eléctricos del salón, quienes le dedicaban hasta 5 horas de estudio a lecciones de teoría musical para emular a sus héroes de bandas de rock progresivo y sus hipercomplejas composiciones.
¿Están los rasgos de la música del bicentenario en las grandes orquestas sinfónicas? ¿En los teatros que fueron erguidos para interpretar odas a la música europea clásica? ¿Buscamos un tipo de “elegancia moderna”? ¿Podrían entonces jugar aquí las big bands, o conjuntos orquestales que con exuberante presencia muestran su variedad de instrumentos interpretados por personas músicas habilidosas? ¿O será lo contrario? ¿Será que andamos las reinterpretaciones de algunas de estas canciones hechas por bandas marchantes a destiempo en desfiles de conmemoraciones “patrióticas”?
¡Atención! Con lo anterior no quiero dar a entender que este tipo de música deba ser reducida a este tipo de aspectos, pues la considero un área maravillosa en donde también nuestras sensibilidades pueden ser apeladas al punto de sacarnos escalofríos por todo el cuerpo. Mi observación se dirige más hacía el fetichismo que dogmatiza al virtuosismo como un indicador de “buena” o “mala calidad”.
Veo que Magnífico Magma Magnánimo dura casi 9 minutos y si bien me parece una composición excelentemente ejecutada por músicos fenomenales, no sé si quiero finalizarla. Doy el botón de siguiente, pero aún sigo en El Salvador y me recibe un grito a todo pulmón.
“Sonido rebelde y contestatario, representando: ¡Ciudad de México! ¡El Salvador! ¡The combination!” El redoble de un tambor da paso a un ritmo de ska acelerado el cual invita a bailar con una sección de vientos que toca a gran velocidad. La canción es Sueño Americano, en ella el artista mexicano “Dr. Shenka” une fuerzas con la banda salvadoreña “Adhesivo”. En 3 minutos se canta acerca del miedo de la gente, las personas migrantes y la idealización del “sueño americano”. ¿Tendrá que incluir la música del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica toda aquella que ha generado vínculos con otras partes del mundo? ¿Con otros países latinoamericanos? ¿Hay vínculos que se deberían romper?
Durante varios momentos, las frases de la canción me parecen imposibles de ignorar: “La mente consciente resiste, no paren nunca de cuestionar, lucha con espíritu guerrero que la verdad recompensará”. Me percato que, hasta el momento, no he discutido mucho acerca de las letras. ¿De qué nos habla la música del Bicentenario de la Independencia? ¿De resistencia? ¿Libertad? ¿Diversión? ¿Felicidad? ¿Tristeza? ¿Guerra? ¿Paz? ¿Contradicciones? ¿Abstracciones? ¿Monumentos concretos? La lista podría ser muy larga. ¿Qué es lo que han estado diciendo nuestras voces? ¿Hemos llegado a algún consenso? ¿En qué partes de nuestro lenguaje encontramos convergencias? ¿Diferencias?
¡Una última parada en mi viaje! No sé si me quede mucha energía. Empiezo a admitir el agotamiento de la travesía, a pesar de que haya sido “corta”. Parece que estoy llegando a Guatemala. Un ritmo de trap me recibe. Seguidamente una guitarra que llena el ambiente. Todo va relativamente lento. Los bajos son pesados y empiezo a mover la cabeza involuntariamente. La artista Leena Bae me recibe con una canción llamada “Dorado”.
¿De dónde conozco a Leena? ¡Claro! Aquel colega me pasó su último sencillo y lo dejé guardado en el playlist. Me percaté que, al buscar su perfil en Spotify, una de las agrupaciones recomendadas por la plataforma era “Easy Easy”, una banda guatemalteca que está dentro de mi música favorita constantemente. ¿Y cómo había llegado a “Easy Easy” antes de eso? ¡Claro! Me los había mostrado un colega músico de Guatemala con quien participé en un concierto en algún bar que ya no existe en San José. Todo conectado de alguna manera. La sensación de la relatividad de la distancia/tiempo se intensifica con la canción.
La canción de Leena Bae finaliza, pero ha iniciado un desfile de artistas guatemaltecos por mis ojos: “The Killer Tomato”, “Jesse Baez”, “Easy Easy”, “Skalda2”, “Horchata Regular Band”, “Ricardo Arjona”, “Alux Nahual”, “Los Miseria Cumbia Band”, “Hot Sugar Mama”, “Malacates Trébol Shop”, “Trinky”, “La Reina Está Muerta”, “Volver”, “Los Mojarras” … y ahí sigue una lista. ¿Por qué esta conexión tan especial con Guatemala? ¿Tendrá algo que ver con que fue el primer país centroamericano que me puse a explorar (musicalmente hablando) en tiempos de estudiante universitario?
Otra vez mis imágenes mentales se empiezan a transformar en un espectáculo musical. El tiempo retrocede una década y me acuerdo de un encuentro musical con 2 bandas de allá: “The Killer Tomato” y “Skalda2”. Las agrupaciones de estos hermanos chapines ya no se encuentran activas, mas recuerdo bien que tocaban mucho ska combinado con gran variedad de ritmos. El viento helado de una calle desolada transporta varias frases: “Tenemos que hacer un viaje allá a Guate”. “Tienen que volver acá”. “Tenemos que seguir construyendo vínculos entre países centroamericanos”. Algunas de estas promesas han logrado cumplirse, otras han costado más trabajo. “Es que no hay plata”, “Vos sabes cómo es acá” “Es que falta que la gente apoye”. “Es que la política cultural del gobierno no es clara”. “Es que cuesta sostener el proyecto, al final siempre se ocupa al menos un poco de plata”. ¿Unen las preocupaciones a la música del Bicentenario de la Independencia? ¿Cómo estamos trabajando para desentrabar lo trillado de algunas frases que podrían llevarnos al derrotismo?
“Sería lindo una unión musical centroamericana” me digo con una sonrisa y de inmediato me siento ingenuo, pues creo haber imaginado algo que se podría calificar de utopía. ¿Hay algo de malo en ello? “¡Vamos a construir una unión musical centroamericana!” digo vociferando dentro de mi cabeza. No puedo evitar pensar en voces imaginarias que dicen “pues está solo con ese asunto compañero, adiós”. Pero creo que hacía allí es donde debemos movernos en cuanto a pensar la música se refiere. Hay un crisol de musicalidad que necesita ser celebrado.
Nuestra relación sonora existe, no es invisible. Si se duda de ella, podemos buscar en los amplios pasillos del internet, afiches de conciertos y eventos que nos hablan de decenas de intentos por tender puentes entre países centroamericanos sin importar el “género musical”. ¿Comprendemos a profundidad esta interdependencia que nos une? ¿Cómo mantener vivo el impulso que ha incentivado a personas dedicadas a la producción musical, a entablar relaciones artísticas entre la región?
Empiezo a sentir la necesidad de ir deteniendo el viaje musical. Ha sido emocionalmente agotador y mucho más íntimo y retrospectivo de lo que me esperaba. Tomo un respiro hondo y pongo pausa. Un silencio abrazador se ha apoderado de mi habitación. “Pero bueno… ¿Y cómo suena la música del Bicentenario?” dice una voz en mi cabeza con absoluta tranquilidad. Una mueca que me hace fruncir los labios regresa a mi rostro. Ya no me siento tranquilo en Spotify, creo que buscaré refugio musical en otra parte. Necesito un lugar donde pueda pensar un rato. Enciendo una antigua computadora que guarda un archivo musical bastante grande con material que no se encuentra disponible en plataformas en línea. Escudriño un rato el viejo computador. Es como si el scrolling y el paseo por carpetas digitales fuera un apaciguador para mis inquietudes. ¿Qué me iré a encontrar ahora? ¿Swing criollo?
Un viraje inesperado es propiciado por un par de clics y encuentro una carpeta con un álbum de 1998. Su nombre es Hermanos y es de la banda costarricense “Mod-ska”. En eso, el parafraseo de un colega llega a mi mente: “Recuerdos esos días. Todo el sudor y las patadas. Se hablaba mucho del V Centenario. Muchos sentimientos” ¿Qué otros momentos de coyuntura hemos tenido qué nos obliguen a pensar a la música? ¿Fue el V Centenario de la Independencia de América ese “último gran momento”? ¿Cómo entra a jugar Centroamérica como región con reconocimiento cultural musical en los registros que tenemos de estas conversaciones?
Es la tercera vez que me encuentro ska combinado con múltiples ritmos distintos (punk-reggae-rock—cumbia). ¿Debí haberle puesto más atención a la cumbia? También me la he encontrado varias veces. ¿Será que para hablar de la música del Bicentenario tenemos que hablar a fuerza del ska? Volteo mis ojos hacía la zona Caribe. ¿Quizás por aquí hay más respuestas? ¿Calipso, reggae, bullerengue? ¿Cómo incluye a la música del Bicentenario, la historia de las personas afrodescendientes? ¿Conocen nuestros países a profundidad el aporte de estas expresiones culturales? ¿Cómo se manifiesta el racismo en la música del Bicentenario?
El disco de “Mod-ska” me lleva a una canción llamada Ska de Corazón. Un ritmo de ska alegre anuncia “Ska de Corazón, Ska de Corazón, que quiere llegarle a toda la nación”. Muevo mi cabeza lentamente al son de la pieza cuando un quiebre abrupto la detiene. Un golpe seco de tambor es atrapado inmediatamente por una sección de vientos al minuto 2:08, convirtiendo a la canción en una interpretación del Punto Guanacasteco. Mis ojos se abren exageradamente ante una improvisada y caótica cimarrona que se ha inmiscuido en la canción.
¿Será que por ahí va? ¡Claro! Mi viaje por medio de Spotify lo más que me permitió fue acercarme a personas artistas centroamericanas de los últimos 50 años…pero y más hacia atrás. ¿Y la música de 1821? ¿Y la de 1871? ¿La de 1921? ¿Será que me perdí buscando en los laberintos de lo que llaman “músicas populares” y más bien las respuestas están en las manifestaciones del “folklor”? ¿Tendría ahora que ponerle atención a todos los himnos que marcan hitos en la historia centroamericana y local? ¿Van los cantos de batalla y partituras de música clásica en esta vinculación? Parece que a pesar de los saltos en el espacio-tiempo quedaría muchísimo por recorrer. ¿Qué pasa entonces con todos los registros musicales que se han perdido o no hemos encontrado? ¿Tendremos que excluirles de la Música del Bicentenario?
Mi imaginación me ha dejado en algún punto de mil ochocientos treinta y cuanto, perdido y azurumbado, buscando música y sonidos para dar respuesta a preguntas que solo siguen generando preguntas y dudas. Sacudo mi cabeza violentamente. Me quito de la silla y me dejo caer sobre mi cama con la mirada hacia el techo. Respiro profundamente y me doy un descanso.
Quiero seguir viajando con mi mente a través del tiempo, pero quizá debo retroceder a un momento nostálgico y que me sea familiar. ¿Será que la música que ando buscando es la que me acompañó en momentos de infancia? Intento recordar los sonidos musicales de mi casa y el jingle de la emisora “Sonido Latino FM” entra en mi cabeza de manera violenta. Ritmos de merengue, salsa, bachata, y cumbia irrumpen en mi cabeza y me parece estar sentado en la sala de mi casa y ver a mis padres bailar incansablemente una noche de jueves. 1995 se empieza a esfumar junto a mis recuerdos y me pregunto si deberíamos incluir a toda la música que nos recuerde al vocablo bailongo dentro de la música del Bicentenario.
“Por el momento este viaje ha finalizado. Fue un tanto caótico…pero emocionante” me digo con una sonrisa. Las tribulaciones todavía se encuentran en mi cuerpo, pero el tomar aire me ha permitido acomodar unas cuantas ideas en medio del caos. Aprendo a aceptar la inquietud en mí y este ciclo de preguntas interminables que alimentan al espíritu de asombro.
Un sabor agridulce perdura, siento varios vacíos de conocimiento. Una necesidad de reconstruir partes de la memoria que se sienten robadas (o colonizadas) se me aparece ahora como una de las metas más urgentes. También, pienso en el presente y me pregunto qué podremos construir a futuro.
¿Cómo suena la música del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica? Su sonido es el de un pequeño universo. Uno que está esperando a ser descubierto y explorado a profundidad, pues contiene maravillas inesperadas y lugares irrepetibles. Es un universo en constante expansión, lleno de ondas sonoras capaces de evocar miles de emotividades y mensajes. Es un lugar en donde la etiqueta “género musical” nos será útil como guía, pero no como un indicador determinante, pues aquí se nos a invita entender la música como un espectro y a sentir su diversidad.
La música del Bicentenario suena a muchas voces de seres humanos que necesitan comunicarse. Una polifonía de lenguajes y recursos lingüísticos ejemplifican con claridad la gran variedad en la “pequeña” región. Aquí la música suena a vida y resistencia, pero también a muerte y sufrimiento. Estamos en sintonía de una radio, con una cantidad casi infinita de estaciones. Necesitamos explorar ese dial más copiosamente y sumergirnos en sus diferencias y similitudes.
En una ocasión de conmemoración como el Bicentenario de la Independencia Centroamericana, sin duda es sumamente emocionante imaginar la música del futuro; creo que no es excluyente que intentemos rememorar la música de nuestro pasado y pensar la de nuestro presente. Conforme el tiempo pasa, nos damos cuenta como se vuelve un hecho que ella comprende uno de los tesoros culturales no solo de la región, sino de cada uno de los países que la conforman. Nuestras diferencias y similitudes son celebradas con melodías y ritmos tan variados, que permitirían hacer un playlist infinito.
Quedan muchísimos temas por fuera, demasiados nombres de artistas centroamericanos y centroamericanas que entran y salen a toda velocidad por mi cabeza: (“Elsa Basil”, “Calibre 57”, “Guadalupe Urbina”, “María Pretiz”, “Bruno Porter”, “Hormigas en la Pared”, “Cantoamérica”, “Walter Ferguson”, “Víctor “Vitín” Paz”, “Lord Panamá”, “Katia Cardenal”, “Momotombo”, “Lilo Letona”, “De La Rut”, “Nelson Padilla”, “Sueño Digviana”, “Bad Lemur”, “Atrios”, “Jimmy Bad Boy”, “Melina Pineda”, “Broncco”, “Virginia Clemm”, “Nativa Geranio”), también hacen falta muchísimas canciones… pero por el momento les invito a acceder a su dispositivo musical más cercano, pues me gustaría consultarles: ¿Cómo les suena a ustedes la música del Bicentenario?
“Somos una isla de átomos. Universo en expansión”.
Rebeca Lane – Isla de átomos
“Traigo problemas técnicos, fallas en el ensamblaje de mi máquina del tiempo”.
Maldito DeLorean – Maldito DeLorean
Nota: Las opiniones e ideas expresadas en los insumos participantes reflejan el punto de vista de las personas autoras, no así la posición del Centro Agenda Joven en Derechos Humanos y Ciudadanía o la Universidad Estatal a Distancia.
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El ensayo «¿Cómo suena la música del Bicentenario?» viene acompañado de un video-playlist con 200 canciones de toda centroamérica. ¿Se unen a descubrir los diversos sonidos de nuestra región?