Ensayo: Sobre las características de las instituciones totales. 
Libro al que pertenece el ensayo: Internados: Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales.
Autor: Erving Goffman
Año original de publicación: 1961
Año de la edición reseñada: 2012, Segunda edición.
Editorial: Amorrortu
Reseñado por: Mario Araya Pérez.
Palabras clave: establecimiento penal, prisiones, institución total, panóptico
Citación: Goffman, E. (2017) Sobre las características de las instituciones totales. En: Goffman, E. Internados: Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu.

En una reseña anterior sobre el libro de Gresham Sykes, titulado “La sociedad de los cautivos”, mencionaba la necesidad de retomar de forma más detallada las propuestas de texto clásicos generalmente citados en investigaciones relacionadas a los establecimientos penales. Uno de estos trabajos que, como discutía en la reseña anterior, se retoma algunas ocasiones de manera parcial es el ensayo de Erving Goffman, titulado “Sobre las características de las instituciones totales”, publicado en 1961 en el libro Internados: Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales.  A continuación, presento una síntesis de los principales elementos abordados en este ensayo que pueden resultar de utilidad para las personas que quieran acercarse a la noción elaborada por el autor y ampliamente citada en trabajos posteriores: “instituciones totales”.

Sobre las instituciones totales

A lo largo del texto de Goffman se infieren, una serie de escisiones que resultan fundamentales tanto para su planteamiento de lo que es una institución total y sus particularidades respecto a otro tipo de instituciones – establecimientos–. Así como para lo que implica para una persona –en términos del yo– encontrarse en el interior de uno de estos espacios.

La primera y más clara de las escisiones se da entre un afuera y un adentro que caracteriza a la institución total. Es fundamental entender que el autor se refiere a esta como un establecimiento social – edificación– en la cual las personas desarrollan una actividad de manera regular. Pero que, a diferencia de otras, su carácter absorbente y totalizador está dado por los obstáculos que impone para 1) limitar la interacción de sus miembros con el exterior y 2) para impedir su éxodo.

Cuando se habla de un exterior, la idea a la que se apela es a la de un mundo social más amplio en el que la persona interactúa de manera habitual u ordinaria. Este tiene un ordenamiento social básico en el que la persona descansa, se recrea y trabaja bajo lógicas menos restrictivas. Estas actividades se realizan en lugares – espacios– distintos, con (co)participantes – de distintas categorías–, bajo autoridades diferentes – limitadas– y sin un plan racional amplio que abarque y englobe a todas ellas.

En contraste con esto, nos dice el autor, la institución total representa una ruptura con lo ordinario, con el mundo habitual de la persona. Pues, en el interior de las instituciones totales, todas las dimensiones de la vida mencionadas – descanso, recreación y trabajo– se desarrollan en un mismo lugar y bajo una única autoridad –la institucional–. Hay un plan racional que es establecido deliberadamente y que aglomera todas las actividades que la persona realiza, las cuales; 1) son establecidas desde arriba, 2) están estrictamente programadas, 3) normadas formalmente y 4) se hacen cumplir a través de funcionarios. A esto se agrega que dichas actividades se hacen en compañía de muchos otros a quienes se les obliga a hacer lo mismo y reciben el mismo trato – es decir, forman parte de una misma categoría, a la cual se le considera inferior –. Por lo que se habla de una gestión burocrática de conglomerados humanos indivisibles.

Una segunda escisión tiene que ver con las categorías de personas en el interior de la institución total. La cual se divide en dos; por un lado, un gran grupo que es manejado (internos) y por otro, un pequeño grupo supervisor (personal/funcionarios). Esta separación viene dada, en primer lugar, por la relación y contacto de cada uno de los grupos con el mundo exterior. Para los internos, dicho contacto es restringido y no se encuentran integrados en dicho mundo, dado que su vida transcurre y se restringe a la institución. El personal, en cambio, ocupa un lugar en la institución en relación con las actividades laborales que desarrollan en esta, con jornadas determinadas y se presume que están integradas si están integradas a un mundo más amplio fuera de la institución. Un segundo elemento de esta separación se encuentra en la representación que cada uno de los grupos establece del contrario, a través de estereotipos rígidos y hostiles. Finalmente, el tercer elemento tiene que ver con la comunicación que pueden entablar y la información que pueden manejar, pues para los internos ambos aspectos son sumamente restringidos y controlados. Generalmente solo pueden comunicarse con las categorías superiores del personal a través de las categorías subalternas (los guardias), además suelen permanecer ignorantes de su propia condición en el establecimiento.

A partir de las divisiones mencionadas por el autor, se establecen mundos culturalmente distintos dentro de la institución en su conjunto. Se mencionan explícitamente dos: el mundo del interno, al cual se dedica gran parte de la propuesta elaborada por Goffman, y el mundo del personal, que solo se aborda brevemente en el texto. Este último se corresponde con el ámbito institucional, ya que los intereses de la institución tienden a considerarse como los intereses del personal. Es importante señalar que estos dos mundos internos de la institución requieren de un tercer mundo: el mundo habitual. Este se menciona constantemente a lo largo del texto y tiene una relevancia crucial para comprender la configuración del mundo del interno. Esto se debe a que el mundo del interno se moldea en base a la tensión generada por la vida en el mundo exterior, lo cotidiano y habitual. En otras palabras, aunque el mundo del interno mantiene un contacto constante con el personal, no se opone a este, sino que contrasta con su vida previa fuera de la institución y la idea de libertad. Por otro lado, la distinción entre el mundo del personal y el del interno se evidencia en la escasa penetración mutua entre ambos.

El mundo del interno

El mundo del interno descrito por Goffman abarca “los procesos de mortificación y las influencias organizadoras a las que el interno está sometido, las líneas de reacción que adopta y el medio cultural que se va formando” (2012, p.80). Como se señaló, este se constituye en la oposición del mundo habitual del cual la persona procede y el institucional al cual ingresa. Estos mundos son incompatibles el uno con el otro, tanto en términos del trabajo como de la vida en familia (doméstica).

Sobre el trabajo, se mencionan tres aspectos problemáticos: la autoridad, el incentivo y la cantidad -poco o demasiado-. En el mundo habitual, dice Goffman, la autoridad relacionada con la dimensión laboral se extingue con el pago y no pasa a tener injerencia en otras dimensiones de la vida social de la persona. En cambio, en la institución total, dado que todas las dimensiones de la vida del interno están conectadas bajo una única autoridad, esta separación o límite no es posible. A esto se suma que el incentivo por la actividad laboral dentro suele ser insignificante o simbólico y, generalmente, se refiere como una cuestión terapéutica. Finalmente, el trabajo solo se presenta en dos formas: o es muy poco, lo cual genera aburrimiento en la persona, o es demasiado, lo cual lo convierte en una actividad forzada.

A propósito de la familia, el autor señala que es una forma de organización social incompatible con la institución total. La familia representa una forma de resistencia permanente a este tipo de institución, pues como sucede con el personal de la institución que sí mantiene relación con su familia, esta asegura una forma de integración con un mundo exterior más amplio. En cambio, la vida solitaria o en cuadrilla que obliga la institución no posibilita una vida doméstica significativa, ya sea mediante una familia real o potencial.

Para Goffman, las instituciones totales en la sociedad son “invernaderos donde se transforma a las personas […] un experimento natural sobre lo que puede hacérsele al yo” (2012, p. 27). Esta transformación debe entenderse menos como una “aculturación” o una “asimilación”, sino más bien como una “desculturación” o “desentrenamiento”. Es decir, no implica la sustitución de una cultura anterior por una nueva ya establecida. Lo anterior significa que el ingreso de una persona a este tipo de institución representa una ruptura, respecto al mundo habitual, entorno en el que se constituye su yo civil y es generalmente salvaguardado en otro tipo de instituciones o establecimientos. Esta ruptura se da a través de una serie de agresiones orientadas a despojar a la persona de la concepción que tiene de sí mismo. Estas agresiones son denominadas “mortificaciones del yo”, que son de dos tipos; las evidentes que representan un ataque contra la autoidentificación – la cultura de presentación – y la pérdida de capacidad de mostrar una imagen habitual; y las menos evidentes, orientadas a separar al actor de sus actos y por tanto contra la autodeterminación y la libertad de acción. De forma paralela, la institución provee un marco de referencia para la reconstitución del yo – debido a que el “yo civil” se desbarata – y la reorganización personal. A este marco se le llama sistema de privilegios y castigos, que funciona como sistema de ajustes primarios. A la vez emerge en la institución un sistema de ajustes secundarios – identificaciones y solidaridades – de adaptación – “juego astuto” – y una “cultura del interno”.        

Mortificaciones evidentes

Las agresiones más evidentes (ataques, desfiguraciones y contaminación) implican una “mutilación del yo”. La primera, según la propuesta del autor, es a través de la barrera que le impone la institución al interno con el mundo exterior, el ancho mundo. Esta evita tanto el contacto con el exterior como el éxodo de las personas fuera del establecimiento. Posteriormente, las agresiones se dan a través de los procesos de admisión y de ingreso.

Por un lado, la admisión implica tanto una despedida como un comienzo para la persona. Es una preparación o programación que le constituye en un objeto que puede ser procesado en la maquinaria administrativa de la institución. Esta transformación de la persona se da a través de operaciones rutinarias, que lo llevan a alejarse o a ignorar sus formas de (auto) identificación anterior. Implica una serie de perdidas o despojos que le impiden sostener su “yo civil”.

La pérdida del nombre (imposición de apodos), retiro de posesiones y pertenencias, entre estas últimas se habla de la pérdida del “equipo de identificación” que es fundamental para el control del aspecto físico y la apariencia personal. A este deterioro personal e imposibilidad de presentar su imagen, se le suman las agresiones físicas que pueden significar tanto marcas infames como pérdida de miembros. En línea con lo anterior, se habla también de las rutinas, tareas, órdenes y reglamentos impuestos que representan otra forma de mortificación del yo. Estas obligan al individuo a adoptar movimientos o actitudes que van en contra de sí mismo, como mantener posiciones incómodas o expresar actos verbales de sumisión. Según el autor esto genera en la persona sentimientos de desposesión, pérdida del sentido de seguridad personal y la angustia de una posible desfiguración.

Por otro lado, el ingreso también implica una serie de agresiones. Se señala que fuera de la institución total las personas suelen alejarse de las situaciones cosas extrañas o contaminadoras. En cambio, dentro de la institución, las personas son constantemente expuestas o exhibidas en situaciones y de maneras contaminadoras. Podríamos hablar de tres grandes categorías contaminadoras; las que violan la intimidad, las interpersonales y las que tienen que ver con la perturbación de la relación con el otro significativo. 

Las relativas a la intimidad puede ser de varios tipos, como la exposición de información, sentimientos, pensamientos u opiniones de manera pública o grupal. El ser expuesto a observación en condiciones humillantes e imposibles de controlar a otros externos o visitantes. El no poder estar solo en ningún momento, el control de necesidades o exposición desechos fisiológicos, la exposición física a la suciedad, a la putrefacción, a la muerte, el desorden o bien a la relación social forzada. 

La contaminación interpersonal atraviesa por la manipulación de los objetos personales, el registro y palpado corporal extremo, así como la inspección rutinaria de la persona y sus espacios de alojamiento. También, incluye la mezcla de grupos (etarios, étnicos, etc.), así como la exhibición y el contacto excesivo con otras personas internas. 

Por último, en este elemento de ingreso, está la perturbación de la relación de la persona interna con sus otros significativos (pareja, familia, amigos, compañeros de celda, etc.). Esta se da por la interferencia o censura en las comunicaciones y la información, así como en la interacción. También pasa por la ridiculización de las relaciones o burla hacia las personas, la obligación de denuncia a otra persona (compañero o allegado) o verse obligado a presenciar la agresión física o el atropello contra alguien significativo sin tener la posibilidad de intervenir.

Mortificaciones menos evidentes

Se puede aprovechar esta recapitulación de las mortificaciones menos evidentes, para hacer explícita una tercera escisión que se desprende de la propuesta de Goffman. Esta tiene que ver con considerar el rol o los roles de la persona en el mundo habitual (exterior, afuera) como un rol adulto. Por lo tanto, la institución total hace una distinción del mundo ordinario de la persona como un mundo adulto y el del interno como un mundo donde este es considerado “no del todo adulto” (2012, p. 123) y quizá no del todo humano. El “yo civil” es un yo adulto, autónomo, autodeterminado, con libertad de acción. La ruptura que se impone con esta mortificación es la que separa al actor – adulto- de sus actos. Goffman señala que, la vida adulta en la sociedad civil transcurre sin mayores críticas, sanciones, ni vigilancias y que la persona (adulta) puede mantener una “economía personal de los propios actos” en un balance entre necesidades y objetivos.

Estas mortificaciones aparecen a grandes rasgos divididas en tres tipos. La primera de estas mortificaciones es la relativa a la valoración constante de la reacción de la persona frente a ciertas situaciones o acciones. La segunda esta referida a la regimentación y la tiranización de la vida del interno. La tercera esta relaciona a la forma en cual proceder respecto al conflicto.

A propósito de la primera, en una institución total, una respuesta defensiva o expresiva a un ataque desencadena un nuevo ataque o humillación (en bucle). En esta misma línea, debido a que todos los aspectos o esferas de la vida están englobados en un mismo lugar, cualquier conducta o respuesta en una determinada situación es retomada en situaciones futuras y distintas al lugar en que se originaron o en un ámbito de la vida completamente distinto y no relacionado. 

En cuanto a la segunda, se señala que en la institución total las personas son obligadas a realizar una serie de tareas o actividades junto a sus compañeros. Todas estas actividades tienen reglas, las cuales son generalmente difusas, cambiantes e impuestas y pueden ser exigidas por cualquier miembro del personal a cualquier persona interna a modo de disciplina. Hasta la menor de las actividades requiere de autorización, algo que según el autor no sucede en la sociedad civil, donde no hay una única autoridad constante a todos a todos los ámbitos de la vida. Para el autor en el mundo exterior, “la única autoridad jerárquica que [el adulto] debe enfrentar – la policía – no se halla constante ni significativamente presente, salvo quizá para hacer cumplir las leyes de tránsito” (2012, p. 54).   

Finalmente, el autor señala que la persona aprende a identificar las situaciones que implican problemas. Esto significa que el interno deberá realizar un esfuerzo contante y sostenido para no entrar en conflictos y en ese sentido requiere en muchas ocasiones a renunciar o evitar ciertos niveles de sociabilidad.

Marcos de referencia / Reorganización personal

Como se mencionó anteriormente la institución total brinda un marco de referencia a la persona interna de manera paralela al proceso de despojo del yo civil, que se genera de manera sistemática a través de las mortificaciones del yo.  Es un sistema de privilegios y castigos a través del cual el interno realiza su reorganización personal. Estos ajustes primarios tienen como consecuencia asegurar la cooperación del interno. Dicho sistema se compone de tres elementos básicos. El primero, son las normas de la casa el cual es un componente explícito y formal inflexible que contiene una serie de prescripciones y proscripciones para la vida en la institución. A esto se le suma un segundo elemento, que tiene que ver con una serie de pequeños privilegios y recompensas, compuesto por cosas que en el mundo habitual las personas tienen por seguras. Un tercer elemento son los castigos al quebranto de las reglas. Los cuales suprimen o restringen el acceso a ciertos privilegios o imposibilitan su conquista.

Goffman señala que el sistema de privilegios y castigos es inherente a la organización de las instituciones totales y son un modo de condicionamiento conductista que no se corresponde a la condición adulta – del yo civil – y que en el mundo habitual este tipo de condicionamiento está limitado a los niños o animales. Dentro de las instituciones este sistema pone en juego la libertad futura de la persona en la medida que ciertas acciones pueden impedir o facilitar la posibilidad de acortar la duración de la pena. Además, dicho sistema se encuentra articulado a un sistema de tareas internas, posibilitando el acceso a ciertos espacios, trabajos, etc., de privilegio y moviendo al interno en consecuencia por ciertos espacios especializados impartir premios o castigos.

La reorganización del yo no se da exclusivamente a partir de este sistema de referencia provisto por la institución, aunque si representa la más importante. En cambio, se generan otros procesos importantes en la vida del interno. Algunos de estos procesos son el desarrollo de una jerga institucional, el reconocimiento de estratificaciones internas y jurisdicciones, así como el reconocimiento de ciertas situaciones o acciones que pueden acarrear problemas. A esto se añade un sistema de ajustes secundarios, el acceso a ciertas satisfacciones prohibidos o por medios no autorizados.

Más allá del marco provisto la reconstitución del yo puede tomar otros caminos con resultados similares, es decir, proveer una la reorganización personal después de los desajustes producidos por la institución. Estos llevan a cierto grado de solidaridad entre las personas internas lo cual es desalentado por el personal. Este reconocimiento se funda en la en la identificación mutua que hacen los internos de su condición de seres humanos ordinarios. Esto lleva a la fraternización y rechazo al personal, al sentimiento común de injusticia, a la indisciplina colectiva y al establecimiento de ciertas solidaridades particulares (celdas, pabellones, etc.).  

Modos de adaptación

En línea tanto con las mortificaciones del yo como del sistema de privilegios y castigos, Goffman plantea adicionalmente formas de adaptación a dichos procesos. Destaca cuatro modos personales de adaptación, los cuales pueden ser utilizados por una misma persona en situaciones distintas, a lo cual le llama “juego astuto”. La primera de estas adaptaciones es la “regresión situacional”, que implica que la persona se abstrae drásticamente de cualquier tipo de participación en la institución. La segunda, la refiere como “línea intransigente” en la que la persona enfrente directamente y se niega a cooperar con el personal. La tercera es la “colonización”, en la que el interno se construye una vida placentera aprovechando las satisfacciones conseguibles en la institución. Finalmente, la cuarta, denominada “conversión” en la que el interno asume la visión del personal sobre él y se pliega a cumplir el rol de pupilo perfecto.

Sobre la cuestión de la adaptación hay dos aspectos mencionados por el autor, que resultan valiosos de resalta acá. El primero, es que le autor señala que para ciertos internos que han pasado su vida en otras instituciones totales el ingreso a una nueva no resulta ni más ni menos que las otras. Sobre el caso particular de los hospitales psiquiátricos menciona lo siguiente: 

En el caso de algunos pacientes de clases bajas que han pasado toda su vida anterior en orfanatos, reformatorios y cárceles, el hospital psiquiátrico no significa ni más ni menos que una nueva institución total, en la que también puede aplicarse las técnicas de adaptación aprendidas y perfeccionadas en otras similares (2012, p 76).

Adicionalmente, a esta aparente continuidad Goffman señala otras posibles formas en la que se da una protección a las agresiones contra el yo. Se habla entre estas, primero, de la inmunización, cuando la persona tiene cierto tipo de recursos especiales en la institución, segundo, de las convicciones religiosas y, tercero, el hecho de que una persona dentro de la institución no hable el idioma del personal. 

La cultura del interno

Goffman plantea algunas ideas generales respecto a la cultura que se genera en las condiciones y situaciones de vida anteriormente descritas. Una de las características destacadas de este mundo cultural es la idea del egoísmo que se genera cuando el interno se ve en la necesidad de enfocarse en su yo, más de lo que lo haría estando en el mundo habitual. En el mundo interno la persona elabora una serie de historias y narrativas reiterativas para tratar de explicar o dar cuenta de situación de despojo en la que se encuentra. 

Además, a la persona le embarga un profundo sentimiento de que el lapso que se ha encontrado en la institución es un tiempo perdido y de esterilidad absoluta debido a la desconexión social que genera. Cargada por una sensación de tiempo muerto, que pese a algunas actividades de distracción nunca son suficientes. Como señala el autor, la falta de actividades se debe a uno de los efectos importantes de la privación de estas instituciones, a diferencia de la sociedad civil en la que el “individuo acorralado en algunos de sus roles sociales siempre encuentra alguna oportunidad para escaparse hasta un lugar bien protegido y permitirse una tregua de fantasía comercializada – cine, televisión, radio o lectura – o recurrir a las ‘válvulas normales’: cigarrillos y tragos” (2012, p. 80).

En consonancia con este aspecto, el autor señala que para el interno la salida de la institución implica una cuestión de ansiedad. Esta se debe considerar no como una reticencia a retomar las responsabilidades de la vida en libertad, sino más bien como producto de la desculturación y estigmatización que la institución provoca. Más allá de idea de rehabilitación del interno que la institución proclama formalmente, pocas veces alcanza dicho objetivo. Por un lado, porque esta funciona de manera imperfecta y por otro debido a que ni la desorganización ni la reconstitución de la persona tienen efecto duradero, y se esfuma tan pronto como la persona regresa al mundo civil.

Sin embargo, la salida para la persona implica ocultamiento y limitación. Según Goffman,

cuando el estatus proactivo es desfavorable, como el que cargan quienes se gradúan de las cárceles y en los hospitales psiquiátricos, puede hablarse de ‘estigma’ y prever que los ex internos harán todos los esfuerzos imaginables por ocultar su pasado y superarlo (2012, p. 83).

A esto se añade que la institución puede ejercer un control de la persona más allá del establecimiento, poniéndose en contacto con el círculo próximo o inmediato de quien sale para que reporten cualquier situación anómala. Además, hay un control que exhorta a la persona a no hablar mal o en contra del trato vivido en la institución, declarar que fue tratado adecuadamente y que no guarda resentimiento hacia esta o su personal.