Libro: La sociedad de los cautivos. Estudio de una cárcel de máxima seguridad.
Autor: Gresham Sykes
Año original de publicación: 1958
Año de la traducción al español: 2017
Editorial: Siglo Veintiuno Editores.
Reseñado por: Mario Araya Pérez.
Palabras clave: establecimiento penal, prisiones, institución total, panóptico
Citación: Sykes, G. (2017) La sociedad de los cautivos. Estudio de una cárcel de máxima seguridad. Siglo Veintiuno Editores.

Cuando hacemos lectura de investigaciones referidas a establecimientos penales –en Costa Rica–  es común encontrar referencia a las obras ya clásicas de Erving Goffman ([1961] 2012) y de Michael Foucault ([1971] 2009). La noción de institución total del primero, y la referencia a la noción de panóptico del segundo suelen ser empleadas para tatar de comprender la forma de organización y funcionamiento de estas instituciones.

En algunas ocasiones el uso de estas nociones es prescriptivo, subsumiendo la realidad empírica a la que las investigaciones se enfrentan sin contrastaciones o verificaciones, más allá de señalar que las instituciones muestran tales o cuales características. Generalmente estos trabajos son citados en los capítulos teóricos de los documentos que pocas veces se recuperan en las discusiones de los hallazgos. Quedan aislados de las evidencias empíricas dando la sensación de que estas instituciones se comportan tal fueron descritas por estos autores, a partir de reflexiones en sociedades y tiempos distintos a las propias del proceso de investigación.  

En otras ocasiones, al contrario, estas nociones son retomadas para contrastarlas con las realidades empíricas que observamos en nuestros contextos regionales (centroamericanos o latinoamericanos), demostrándose así las limitaciones o inadecuaciones de su uso directo y acrítico para dar cuenta de los devenires de instituciones en estas latitudes (véase, Darke and Karam, 2017). Algunos autores han realizado llamados a desarrollar trabajos más descripticos y menos prescriptivos, en la comprensión del tipo de formación institucional que surgen en contextos distintos a los estadounidenses u otros de los llamados países desarrollados, a partir de las cuales estas nociones conceptuales primigenias han sido planteados y consolidados. A la vez que advierten del uso de ciertas metáforas, igualmente desafortunadas, que tienen a oscurecer más que a aportar en las comprensión de las prisiones de la región (véase, Birkbeck, 2010).

Lo anterior no quiere decir que las propuestas de estos autores no sean útiles para nuestros procesos de investigación, al contrario, revisten de gran relevancia al momento de plantearnos preguntas sobre los entornos carcelarios – y más allá de estos en los que se hacen sentir sus efectos o bien en los que se configuran dinámicas similares –. Sin embargo, deben buscarse también en otros autores clásicos y contemporáneos propuestas conceptuales y nociones complementarias o alternativas.

Es precisamente en este sentido que quiero recuperar en este blog de reseñas la propuesta, también clásica en la producción académica anglosajona, del texto de Gresham Sykes ([1958] 2017), traducida hace relativamente poco tiempo al español con el título “La sociedad de los cautivos. Estudio de una cárcel de máxima seguridad”. Este texto, pese a ser anterior a la publicación de Goffman sobre las instituciones totales, es poco referido en los trabajos de investigación sobre el tema. Esto puede deberse al hecho de que su traducción al español lo hizo accesible a más cantidad de personas hasta el año 2017.

Esta traducción fue publicada por Siglo Veintiuno Editores, en la colección Nueva Criminología, dirigida por Máximo Sozzo. Según Sozzo, esta obra se une a otras ya traducidas y accesibles al mundo hispanohablante abriendo una nueva época de discusiones y diálogo necesario entre autores. El libro está dividido en tres bloques, un texto introductorio a la traducción escrito por Sozzo. Una introducción a la edición clásica escrito por Bruce Western. Posterior a lo cual se presenta la obra de Sykes, la cual esta dividida en siete apartados, a lo que se le suma un prefacio, una introducción, un epílogo y dos apéndices.

Sykes, nos presenta una propuesta enteramente basada en la prisión. Derivada de su propia investigación realizada en un establecimiento de máxima seguridad (Prisión de Máxima Seguridad del Estado de Nueva Jersey). En esta se presenta una escisión, entre las personas que cumplen la ley (afuera) y quienes no lo hacen (adentro).

Para Sykes la prisión es un ente del Estado que se encarga de lidiar con los delincuentes. Es una institución de carácter punitivo. En su interior se crea una comunidad comprimida, en la que los individuos comen, trabajan, duermen y más importante aún, conviven. Tienen en común un “experiencia carcelaria”. En otras palabras, la prisión es concebida como una sociedad a pequeña escala, una sociedad dentro de otra. Que pese a las condiciones que impone, no aniquila (ni física, ni psicológicamente) al individuo, ni extrae de él una fuera laboral.

La separación con la comunidad libre se da a través del establecimiento de una barrera, un muro que sirve a la vez de límite físico, pero sobre todo simbólico. Es un muro que evita que las personas se fuguen, pero a la vez oculta y muestra el rechazo de la sociedad, contiene a un enemigo.

Esta barrera es necesariamente permeable. El sistema social de la prisión no está separado del conjunto de la sociedad. No es autónomo, lo cual es relevante en la medida en que las acciones de los custodios dentro de la prisión van a estar limitados por la ley, por las opiniones y por sus propias actitudes (son sujetos inmersos en una cultura a la cual también pertenecen los interno). Por lo tanto, para el autor, la prisión actúa ante la y reacciona sobre la sociedad.

La prisión no se crea sobre la nada, sino a partir de una serie de prescripciones acerca de lo que esta debe ser. Muchas veces dichas prescripciones responden a posiciones superpuestas o contrarias, que requieren de la búsqueda de un balance en una política coherente, a lo cual el autor denomina “configuración filosófica de la prisión”. Las tres principales ideas de dicha configuración son el castigo, la disuasión y la reforma.

La primera implica que el crimen cometido por la persona es realmente un delito contra el Estado. Por lo que le corresponde un castigo que es asegurado a través de la prisión, que es su agente. La idea es generar sufrimiento. La segunda, en consonancia con lo anterior va a ubicar la disuasión al delito como fin, que puede significar varias cosas; 1) imponer condiciones desagradables de vida para evitar crimines futuros, 2) disuadir a quienes podrían estar considerando cometer un delito, o 3) deshabilitar temporalmente a quien cometió el delito. Finalmente, la reforma, es el objetivo deseado que propone la detención de la persona por el tiempo necesario para trabajar en ella las causas subyacentes a la comisión delito.

La configuración filosófica de la prisión se lleva a cabo en el establecimiento de un régimen por parte de los custodios. Si bien la prisión debe responder a una serie de mandatos de la sociedad, esto implica una serie de retos entre los objetivos sociales y las metas específicas. Estas pasan por los presupuestos acerca de la naturaleza de quienes están detenidos, la reacción de estos al confinamiento y los límites sociales impuestos a la prisión.

Según Sykes, los principales retos que deben enfrentar el personal de la prisión son: la custodia, el orden interno, el estándar de vida, la manutención económica (autoabastecimiento) y la reforma. Donde las tareas que va a tener mayor preponderancia van a ser precisamente las dos primeras.

El régimen implica el establecimiento de un orden social que no es nunca una realidad sino una declaración de lo que debe ser. Implica el establecimiento de reglas y procedimientos, inscritos en un manual de conducta (regulaciones), que como en otras situaciones al ser externas a la persona van a ser aceptadas, rechazadas o evadidas. Teniendo en consideración que el interno solo puede hacerlo en los límites físicos de la prisión.  

Para el autor, en la vida intramuros, la mayor preocupación de los custodios va a ser evitar las fugas y los desórdenes. Por lo que las tareas que van a ser enfatizadas son las que aseguren con éxitos estos objetivos. Aun así, todas las tareas que estos llevan a cabo van a tener de fondo el conflicto entre la idea de la prisión como castigo y su pretensión moderna humanista y rehabilitadora.

Así las tareas de custodia tendrán como problema en qué medida se ejerce un control absoluto o casi nulo sobre las personas. En tanto al orden interno, cuan rígido debe ser el control de las actividades. Respecto al auto sustento de la institución si se permite o no un mayor movimiento de la población para la realización de trabajo, si se les provee o no de recursos y herramientas para ejecutar las tareas, y si los custodios asumen taras de gestión al considerar la prisión como una unidad productiva. Respecto al castigo, la premisa es que las personas están en prisión como castigo no para ser castigadas, lo cual impide las agresiones físicas o psicológicas. Finalmente, la reforma al ser la custodia y el orden las tareas prioritarias, se considera que en la medida en que el delincuente no empeore por el encarcelamiento dicha tarea se estaría cumpliendo con éxito.

En esta línea, Sykes señala que

hemos creado una organización social – la prisión – que se interpone entre la comunidad respetuosa de la ley y los criminales. Hemos creado nuevas demandas de cómo manejar al delincuente y continuamente cambiamos los límites para satisfacerlas. El resultado es parecido a una estructura social mal construida, reconfigurada a lo largo de los años, atractiva solo para unos pocos (p. 92)

Sykes plantea la idea de los defectos del poder absoluto, para dar cuenta del no funcionamiento de este régimen. Estos defectos son entendidos como estructurales del sistema de poder de la prisión y no como algo coyuntural. Para el autor, la pretendida posición de poder y dominación que ocupa el personal es más bien una ficción y no una realidad. Se supone que la fuerza de custodia tiene un poder incomparable y casi infinito, al menos formalmente respecto a quienes gobierna. Pueden crear y ejecutar órdenes y regulaciones, así como juzgar e imponer castigos (concentran funciones legislativas, ejecutivas y judiciales). Sin embargo, esto no se cumple, por cuatro motivos: 1) el poder de los custodios no descansa en la autoridad, 2) el uso de la fuerza (violencia) es insostenible a largo plazo, 3) el sistema de castigos y privilegios como alternativa está desacreditado y 4) hay una reticencia de parte de los custodios de hacer cumplir su deber de gobernar (corrupción).  

El poder no descansa en la autoridad pues aun cuando existe el reconocimiento del personal y sus funciones como legítimos, las personas detenidas no tienen sentido de deber en cuanto al cumplimiento de las órdenes. Respecto a la fuerza (violencia) si bien puede ser usada en situaciones muy puntuales, no útil para hacer cumplir actividades cotidianas pues resulta difícil de controlar, cuando se hace uso extendido de esta o en situaciones de crisis su efectividad es dudosa cuando no peligrosa para el custodio.

En cuanto a los castigos el autor menciona que el repertorio disponible es limitado y tiende a agotarse, además de que la mayoría ya son impuestos a los detenidos por lo que agregar otros no aporta nada nuevo. En esta misma línea, la mayoría de las recompensas a las cuales la persona puede acceder ya le están aseguradas e implican antes un derecho que un privilegio.  A esto se une la corrupción de los guardias, que no están dispuestos a hacer cumplir las regulaciones. Por distintos motivos, el nivel de cercanía con los detenidos y las identificaciones que surgen con estos (ruptura de la separación), la necesidad de establecer relaciones de reciprocidad para el cumplimiento efectivo de sus labores y el involucramiento de los detenidos (de confianza) en tareas menores a cargo de los custodios.  

La prisión implica una serie de sufrimientos para la persona detenida. Para Sykes, los procesos de ingreso a la prisión (desnudar, revisar, registrar, remover, sustituir) buscan llevar a la persona a una situación de pobreza, de necesidad extrema. Lo cual quiere decir para el autor, ausencia de comodidades y no insatisfacción de necesidades. Para el autor, las condiciones de encarcelamiento son favorables, pues “las necesidades básicas del detenido son satisfechas, no pasa hambre, ni frío, no padece embates de la lluvia, recibe tratamiento médico adecuado y tiene oportunidad de hacer ejercicio físico” (p.122).

El autor identifica los sufrimientos del encarcelamiento en relación con cinco grandes privaciones o despojos: de la aceptación social (condena moral), de las posesiones materiales (empobrecimiento), de las relaciones heterosexuales, de la autonomía y de la seguridad personal.

La idea de la condena moral, puede decirse, condensa de alguna forma todas la anteriores. Esta implica el rechazo deliberado de la sociedad libre, simboliza el hecho de que al cometer un crimen la persona deja de ser un miembro completo de la sociedad: un ciudadano.  Al respecto, Sykes señala que “el muro que encierra al criminal, al hombre contaminado, es una amenaza constante para la autoconcepción del detenido, amenaza que se repite sin cesar en los recordatorios de que debe ser apartado de los hombres decentes” (p.121). También significa que la persona deja de ser completamente adulta:

El estatus de indefenso y dependiente del detenido representa una seria amenaza para la imagen que tiene de sí mismo como miembro complemente acreditado de la sociedad adulta (…) Humillación pública, aseguramiento de respeto y la deferencia, la irrevocabilidad de las decisiones autoritarias, exigencia de un curso de conducta fundado en que beneficiara al propio individuo: todos son aspectos de la indefensión de la infantilidad frente a un mundo adulto superior (p. 130).

Finalmente, Sykes plantea dos posibles formas de adaptación a los rigores del encarcelamiento. Por un lado, unas que resultan improbables o imposibles que acontezcan y por otro, los patrones de interacción social entre internos. Respecto a los primeros, identifica la retirada física (lo cual está imposibilitado por el muro), la retirada psicológica (recurso accesible a algunos pocos que ya de por si estaban desconectados de la realidad antes del confinamiento) y la rebelión o innovación del régimen, lo cual está destinado al fracaso.

A propósito de los patrones de interacción este involucra dos posibles salidas, las cuales se encuentran en equilibrio. La primera es la orientación colectivista y solidaria, que implica vínculos de ayuda mutua, lealtad, afecto y respecto en firme oposición a los funcionarios. Y la segunda opción, una respuesta alienante, una guerra de todos contra todos, que implica aborrecimiento e indiferencia a los otros internos.

Estas respuestas representan distintas experiencias intramuros que están clasificadas y ordenadas por el argot carcelario y que corresponden a formas particulares de enfrentar a los problemas del encarcelamiento antes abordados. La respuesta cohesionada provee a los internos mayor probabilidad de que los sufrimientos del encarcelamiento sean menos severos. Y se consolida en la experiencia del individuo que soporta o aguanta el régimen de manera autocontenida, sin despliegue excesivo de emociones, sin enfrentar a sus captores de manera agresiva ni servil. Una forma de resistencia con dignidad. Pero que tampoco se vale de la explotación de las otras personas detenidas. Esto le gana la admiración de custodios y detenidos.   

En cambio, la respuesta alienante hace más severos los rigores del encarcelamiento. Son perfiles de individuos que enfrentas la vida carcelaria a expensas de los otros, al perseguir sus propios intereses y satisfacción de sus necesidades. Esto lo pueden lograr explotando a otros detenidos, delatándolos, confrontándolos o atacándolos físicamente, arremetiendo contra los captores, etc. Para estos la lealtad, ayuda, afecto y respecto son subordinados a fines individualistas. Por esto son aborrecidos y despreciados por lo otros internos.