Libro: Cómo mueren las democracias
Autor: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt
Año original de publicación: 2018
Editorial: Ariel
Reseñado por: Argentina Artavia Medrano
Palabras clave: democracia, populismo, partidos políticos, tolerancia, reversión democrática.
Citación del libro: Levitsky, S. y Ziblatt, D. (2018) Cómo mueren las democracias. Ariel.
A propósito de las imágenes que nos han llegado en las últimas semanas desde El Salvador y Colombia (meses atrás de Estados Unidos, Ecuador, Bolivia, Turquía o Hungría) resulta más que pertinente reflexionar sobre la democracia y sus desafíos, pero sobre todo, acerca de los peligros que la amenazan. Hemos asumido por mucho tiempo que la democracia procedimental, aquella que nos convoca cada periodo determinado a las urnas y que nos otorga el derecho a elegir, sería la llave, el antídoto, la vacuna que fortalecería y blindaría a los sistemas políticos; sin embargo, la realidad ha empezado hace rato a evidenciar lo contrario.
El libro Cómo mueren las democracias, hace un magnífico aporte en esta discusión. Fue escrito en 2018 en idioma inglés (“How Democracies die”) y traducido al español ese mismo año. Los autores, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, son investigadores en gobierno, democracia, autoritarismo, especialistas en regímenes políticos y profesores de la Universidad de Harvard. La idea central del texto, escrito a modo de ensayo y ejemplificado con casos históricos y actuales, es que la democracia ya no muere como antes, a través de un golpe militar, sino que el colapso se produce de una manera mucho más sutil, en manos de gobiernos civiles y que usan las instituciones de la democracia para subvertirla y modificar incluso los mecanismos a través de los cuales fueron elegidos: reformas constitucionales, plebiscitos, fallos judiciales. Los cambios son apenas percibidos por la ciudadanía, porque la Constitución continúa vigente, el Congreso sigue funcionando, no hay tanques en las calles… Esto lo que se conoce también como “reversión” o “regresión” democrática.
“Así es como solemos creer que mueren las democracias: a manos de hombres armados (…) Sin embargo, existe otra manera de hacer quebrar una democracia, un modo menos dramático, pero igual de destructivo. Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”.
La democracia funciona y se sostiene, señalan los autores, no sólo sobre la base de un orden constitucional y el respeto a la ley, sino también por el cumplimiento de dos normas: la tolerancia mutua y la contención institucional; las “élites sociales” (principalmente las autoridades partidarias y los medios de comunicación) son las principales responsables de cuidar que esas normas se cumplan y de impedir el ascenso al poder de extremistas que las socaven. El debilitamiento gradual de esas normas es la forma en la que mayoritariamente mueren las democracias.
“Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos electos (…) En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas”, sostienen Levitsky y Ziblatt. No esperemos entonces que se produzca un golpe de Estado a la “usanza tradicional”; en Estados Unidos, nos dicen, esas normas llevan años erosionándose y como consecuencia, las élites sociales no fueron capaces de impedir el triunfo de Trump en 2016. “Por primera vez en la historia de Estados Unidos, un hombre sin experiencia alguna en la función pública, con escaso compromiso apreciable con los derechos constitucionales y tendencias autoritarias evidentes fue elegido presidente”.
La tolerancia implica según los autores, el acuerdo entre rivales de “aceptarse como adversarios legítimos”. Frente a este planteamiento, empiezan a encenderse las alarmas. ¿Cuántas veces hemos atestiguado el “ajusticiamiento” o “linchamiento” que se produce en redes sociales? ¿Cuál es el nivel de respeto y reconocimiento para quien piensa diferente? ¿Estamos en capacidad de escuchar con atención o inmediatamente minimizamos, descalificamos, etiquetamos, sólo porque tienen posiciones y pensamientos distintos a los nuestros? ¡Cuidado! Los autores nos advierten: “si algo claro se infiere del estudio de las quiebras democráticas en el transcurso de la historia es que la polarización extrema puede acabar con la democracia”. Las democracias mueren por la descalificación del oponente, por la transgresión de las reglas y el resquebrajamiento del pacto social.
Múltiples interrogantes surgen a medida que se lee el texto: ¿Qué pasa con un presidente sin filtros, sin autocontrol, con un “liderazgo” político que cuestiona reiteradamente a las instituciones, los medios de comunicación? ¿Qué minimiza, deslegitima o silencia a la oposición? El riesgo de que populistas accedan al poder es también un golpe mortal a la democracia. Aunque suene paradójico, la forma más probable de destruir una democracia es por la vía democrática.
Los populistas, nos dicen los autores, suelen ser políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del “pueblo” y que luchan contra “una élite corrupta y conspiradora”; niegan la legitimidad de los partidos establecidos, a quienes denominan como “antidemocráticos o antipatrióticos”; les dicen a los votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, “sino que ésta ha sido secuestrada, está corrupta o manipulada por la élite”. Y les prometen por supuesto, “enterrar esa élite y reintegrar el poder “al pueblo”. ¿Les suena familiar el discurso?
¿Cómo poder identificarlos? Los autores proponen una matriz con cuatro indicadores para identificar a una persona con comportamiento autoritario: rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas del juego; negación de la legitimidad de los adversarios políticos; tolerancia o fomento de la violencia; predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.
Levitsky y Ziblatt también son claros: “No todas las democracias han caído en esta trampa. Algunos países, incluidos Bélgica, Gran Bretaña, Costa Rica y Finlandia, han afrontado desafíos de demagogos pero han sido capaces de mantenerlos al margen del poder”. Pero también alertan: no se puede dar por sentado que mientras las personas tengan valores democráticos y no respondan a llamamientos autoritarios, la democracia estará protegida. Aunque es “el pueblo” el que elige a sus gobernantes, la garantía de que la democracia se mantenga recae en las élites (autoridades partidarias y medios de prensa), las cuales tienen la responsabilidad de resguardar las normas del sistema y bloquear a los extremistas que pretendan llegar al poder y ese es uno de los grandes desafíos que los autores le plantean a los partidos políticos: deben funcionar como los “guardarraíles”, como los guardianes (gatekeepers) de la democracia, los principales responsables de actuar como frenos o inhibidores del crecimiento de figuras autoritarias.
“Cuando un partido o un político emerge como una amenaza electoral seria, no quedan demasiadas alternativas. Un frente democrático unido puede impedir que un extremista acceda al poder, cosa que, a su vez, puede comportar salvar la democracia”.
A pesar de esta visión un tanto fatalista sobre el futuro de la democracia, los autores brindan también un poco de esperanza. Hay formas de identificar la vulnerabilidad: estudiando las experiencias de otras democracias, para entender mejor los desafíos a los cuales se enfrentan; verificando si las élites políticas y los partidos políticos se esfuerzan por impedir que demagogos o populistas lleguen al poder; si se fortalecen los mecanismos de control y las instituciones electorales.
Ahora bien. No se trata de hacer predicciones o extrapolar conclusiones sin tomar en cuenta los contextos, claramente diferentes. No se puede obviar que el libro fue escrito para tratar de comprender cómo un personaje como Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos, a pesar de tener, según los autores, una Constitución y una democracia consolidadas. Sin embargo, la falta de interés en la política, la disminución del apoyo a la democracia como el mejor sistema de gobierno, la pérdida de la confianza en instituciones democráticas y en la clase política son algunos de los signos que reflejan la insatisfacción de la ciudadanía y son elementos sobre los que es preciso prestar atención. Todos estos factores han sido registrados y documentados por centros de investigación nacionales e internacionales.
Esta breve reseña pretende sobre todo motivarnos a reflexionar sobre los peligros que acechan a nuestras democracias, riesgos que se han ido acrecentando y que quizás no han sabido ser percibidos en el momento oportuno, considerándose más bien como pequeños exabruptos o fallas, incapaces de revertir los procesos democráticos. Nada más lejano de la realidad. Como dice el refrán popular “Sobre aviso, no hay engaño”.
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Material Extra:
Aquí el enlace a una conferencia magistral que impartió Steven Levitsky en El Colegio de México, en noviembre de 2019.
Y aquí el enlace a la primera parte de una entrevista a Levitsky: