Fotografía tomada del Diario Digital elmundo.cr

Por: M.Sc. Juan Antonio Gutiérrez Slon
Sociólogo e Historiador

El 12 de diciembre de 2021, el entonces presidente Carlos Alvarado en entrevista al diario La Nación, defendió su pronto saliente Gobierno afirmando que su “gobierno ha tenido la vocación de ser reformista (…) no renunciamos a nuestra vocación reformista”. Luego, tres meses después, Rodrigo Chaves, el segundo candidato electo en las comisiones presidenciales del 6 de febrero 2022, tomó la palabra frente a su tribuna de partido y con tono de vencedor en su discurso hizo un llamado nacional a “Defender esta Patria”. Después, en abril 2022, y tras el balotaje electoral en que surge ganador, Rodrigo Chaves afirmó en prensa televisiva que su triunfo electoral era “una revolución”. Ambos, Carlos Alvarado y Rodrigo Chaves, equivocan su análisis político.

Se equivocan en su análisis porque ratifican enunciados difíciles de acentuar en los actuales procesos históricos que atraviesa Costa Rica. Y aunque está bien comprender en este ensayo de opinión que cada presidente defiende su gestión y proyecto (aspecto de fondo que no se abordara en esta escritura) es entonces que la atención se detendrá en cómo interpretar la “vocación reformista” y “la revolución” que uno y el otro mandatario afirmaron. Es poner en cuestión el contenido de estas afirmaciones según las representaciones concretas de la realidad del país. Asumir la formalidad del trasfondo de estas aseveraciones según la realidad sociopolítica y los enunciados por estos dos profesionales en ciencias sociales y en el más alto cargo del Estado Mayor.

¿Fue Carlos Alvarado reformista? ¿Hay revolución en el triunfo de Chaves? No. No lo fue, no pudo el gobierno Alvarado haber sido reformista si sus acciones estructurales en la macroeconomía fueron sincrónicas de las acciones de sus gobiernos anteriores en materia productiva y del modelo de Estado que desde el I PAE en la década de 1980 se ha venido consolidando. Este gobierno profundizó el ajuste estructural de impuestos nacionales que paulatinamente venía liberalizando la economía estatal hacia la apertura de servicios, bienes e inversiones de lo público a lo privado. Desde esa década el imaginario de expansión del aparato público dejó de ser proclama por las élites políticas que han asumido los cargos de representación oficial. Desde esos años, pero con mayor fuerza en la década de 1990, los mismos presidentes electos fueron gestores del traslado de la fuerza laboral del país de lo público hacia lo privado. La disminución de la acción estatal ha sido la bandera de los partidos políticos en el Gobierno desde 1986. No existe ninguna evidencia entonces, que Carlos Alvarado actuó diferente a esta lógica de achicamiento estatal; por lo tanto su gobierno no varió de rumbo la ideología recién histórica de Casa Presidencial, y al no hacer ese cambio, entonces no puede ser entendido reformista pues las reformas están marcadas por los cambios de dirección en materia de economía, política y sociedad.

Este gobierno de Carlos Alvarado, durante su primer año de gobierno en 2018, presentó al país el proyecto de Ley de Fortalecimiento de la Finanzas Públicas, acción que tanto el presidente como su gabinete, y muchos sectores de la prensa, han explicado como “Reforma Fiscal”, haciendo eco de un cambio de dirección que nunca se dio en el país. Lo que Carlos Alvarado lideró fue un ajuste estructural de la macroeconomía hacendaria bajo el mismo esquema operativo de las políticas de (nueva)liberalización de la economía que desde hace por lo menos cuatro décadas, pero con mayor fuerza en los últimos 20 años, todos los gobiernos de Costa Rica fueron paulatinamente haciendo. Es decir, la profundización en el ajuste fiscal de Carlos Alvarado, fue la expresión más determinante de una economía política costarricense hacia la apertura de la acción del Mercado y los agentes privados de la economía, al momento de impulsar una disminución en las capacidades de acción del Estado y las instituciones públicas. La lógica sociopolítica con Carlos Alvarado no cambió de trasfondo con lo realizado por los gobiernos del PLN y del PUSC en la década de 1990 y el siglo XXI; lo que cambió fue que el ajuste fiscal de Carlos Alvarado que abiertamente era regresivo y desmotivador de los impuestos progresivos, costo político que él mismo asumió conocer, develó un proceso de continuidad neoliberal alejándose de cualquier posición de reforma hacia un camino diferente al imperante por 40 años.

Similar contradicción tiene Rodrigo Chaves en su lectura política de que su gobierno es una “revolución”, enunciado que defendió bajo los argumentos que a la presidencia llegó un candidato de un partido nuevo y que los sectores que lo apoyan no son tradicionales ni grupos cerrados. Elementos a todas luces insuficientes para que un análisis desde las ciencias sociales pueda concluir que se trata de una revolución. El ascenso de un candidato que en seis meses se posicionó en la opinión pública y cooptando un nuevo partido, obtuvo la presidencia, no es representación de una revolución. Lejos de ser una cuestión súbita coyuntural las revoluciones sociales surgen como procesos de mediana duración histórica. No existe evidencia de revoluciones que se hayan generado en pocos meses y a la luz de un único actor sociopolítico, sea o no, un partido político emergente. Las revoluciones son movimientos conjuntos de todos los sectores de la sociedad en posicionamiento contrario al sistema social imperante en el momento de su mayor agudización del conflicto y que se expresa en la transformación de los sistemas de poder. Lo que cambia en una revolución no son las personas representantes, sino las formas en que institucionalmente de establece un nuevo esquema el poder. Siendo entonces, imposible de defender desde las ciencias sociales, que Costa Rica hoy tenga un sistema político diferente al presidencialismo afincado desde la década de 1960. No hay tal “revolución” que afirma el economista.

No hay posibilidades, entonces, de sostener que la presidencia de Rodrigo Chaves sea parte de un proceso revolucionario, y que su llegada a Casa Presidencial sea parte de una transformación de las estructuras estatales, políticas, económicas y sociales del poder. Lo único que cambió es que Costa Rico eligió un candidato sin partido, un hombre de masculinidad hegemónica, un agente cuyo ejercicio político ha sido (casi) nulo en la función pública y cuya ausencia de más de 30 años en el país no fue cuestionada como garante de su conocimiento de la realidad nacional. Eso sí fue un cambio en la prefiguración de las cualidades de una persona presidencialmente candidateable. Aún así, lejos están las posibilidades de nombrar a la nueva elección de Costa Rica por un candidato de derecha económica y de masculinidad dominante como una revolución; a lo que se suma que su discurso político de llamar a “Defender esta Patria”, hace alusión al imaginario político militar del siglo XIX donde el centralismo del más fuerte construía el orden de comando vertical de las decisiones desde una lógica de obediencia al de mayor cargo; una obediencia centralizada en un sistema de poder que emana del Estado Mayor y su Líder.

Este llamado que Rodrigo Chaves evoca en su discurso con mayor fuerza luego de ser candidato elegible para la segunda vuelta electoral en abril de 2022, deja en evidencia un imaginario político en el que la Patria es el eje central sobre el cual tomar control y moldearla según lo que el mandatario crea necesario. Esa Patria así nombrada, donde el control puede ser concentrado en la figura del máximo jerarca, históricamente ya dejó de existir en Costa Rica. Comenzó a cambiar en 1889, luego siguieron modificaciones con las reformas electorales y políticas en la década de 1920 y terminó de posibilitarse luego de los procesos sociales de reforma social de Costa Rica en la década de 1940. Con estos procesos, ningún líder puede asumir en exclusiva la conducción política de la Patria en sí mismo, pues ésta dejó de ser un ente centralizado libertador y que heredero del poder monárquico, fue subdividiéndose estratos de poder que pluralmente fueron conformando la República, y su departamentalización del poder, la ley y orden. Ya no existe un sistema de poder que pueda concentrar en la figura de su líder, el dominio que se tenga sobre la realidad política del país, ya las decisiones no pueden ser asumidas por el jerarca sin las acciones de otras instancias del poder estatal. Esa “Patria” sobre la que Rodrigo Chaves dice va tomar en sus manos y llevarla ineludiblemente hacia su gloria, ya dejó de existir.

Sin embargo, Chaves tiene ese imaginario, se proyecta como político a través de la figura en la cual él tendrá control absoluto de la Patria, y hará de ella, una mejor expresión de sí misma. ¡Peligroso discurso! ¡Cuidado Costa Rica! la imperante proclama de un hombre de verbo confrontativo que llega al poder desde un partido que no le conocen y cuyo partido no tiene un componente orgánico, está concentrando el poder de la República en una persona, todo en función de ese anhelo poseedor de los destinos de la Patria. Estamento por mucho, más compleja que la sola disposición de un jerarca de uno de sus –al menos– seis poderes factuales (incluyendo la prensa y la sociedad civil). Lo que coloca al discurso del presidente vigente, como talante de un imaginario político del siglo XIX, en el cual la construcción de “Patria” era una proyección por conseguir, y no como la realidad globalizada del siglo XXI en la cual las “Patrias” como como proyecto máximo, han cedido espacio a las regiones, los organismos multilaterales, la mundialización de la economía y la globalización cultural. Aspectos no menos complejos que hicieron superar la visión parcelaria del poder de Patria por sí misma y para sí misma, sino en relación con el entorno regional y global en el mundo.

Con lo anterior entonces, Costa Rica está empezando cuatro años de Gobierno en el que lo único certero es que el poder será lo que Rodrigo Chaves considere que sea. No su Gobierno o su Gabinete, que no tienen ningún poder de influencia sobre él, igual que su cooptado partido, que desde su llegada hace medio año, provocó la renuncia de 22 de sus fundadores debido a la exigencia de Chaves de sustituir la tesorería del PPSD y cambiar las formas de financiamiento electoral, que con las semanas, el TSE y otras instancias, comprobaron los sospechado respecto las estructuras paralelas, ilegales e ilegitimas de financiamiento a su candidatura. Rodrigo Chaves lo sabía, y sabía que las sanciones del TSE eran menores y que superada la campaña política, este tema iba a diluirse, así como las consecuencias para sí mismo y su cooptado partido.

Con lo anterior, tanto Carlos Alvarado como Rodrigo Chaves, realizan un análisis equivocado de su propio contexto y actuar político. Pues el primero nunca fue reformista ya que entre sus ocho principales logros por el mismo gobernante resaltados, se enfatiza en proyectos heredados de sus antecesores administraciones de corte ideológico y pragmático neoliberal, que iniciaron la incorporación de Costa Rica a la OCDE y la Ley de Educación Dual; así como la Ley de cierre del FONABE que se suma a los mayúsculos esfuerzos que por 40 años los presidentes han impulsado en el cierre y achicamiento del Estado. Logros que dice el exmandatario Alvarado, se suman a sus proyectos de reestructuración de JAPDEVA muy a la luz de las influencias en lustros recientes, de la llegada de administradores portuarios privados y de mercado abierto. Que finalmente empatan con los dos principales esfuerzos que Carlos Alvarado continuó haciendo en procura del control de las instituciones del Estado en un esfuerzo decidido a mermar su capacidad de gestión y con ello, bajo el eufemismo de “controlar el gasto público”, achicar las posibilidades de acción de las instituciones estatales, mediante la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas y la Ley de Empleo Público; garantes inequívocos del proyecto neoliberal de las élites político-económicas nacionales que tras varios intentos en gobiernos anteriores, finalmente encontraron en Carlos Alvarado el mandatario que decidido a complacer a estas élites de otros partidos políticos ajenos al PAC y que valga agregar, le cooptaron los principales ministerios de influencia macroeconómica: Hacienda (Rocío Aguilar-PUSC), Economía (Edna Camacho-PUSC), Ministerio de la Presidencia (Rodolfo Piza-PUSC) y el curiosamente nuevo Ministerio de Enlace con el Sector Privado (André Garnier-PLN), entre otros, quienes de manera rapaz, se acercaron al presidente Alvarado y pretendiendo evitar una mayor crisis del sistema económico nacional, encontraron el portavoz indicado para profundizar el desmantelamiento del Estado y la apertura aún mayor del Mercado; con lo que el dominio que estas élites y sus consorcios empresariales representados, pudieran ampliar su influencia y riqueza corporativista (inter)nacional.

Por estas razones, el ajuste estructural sumario que desde los primeros prestamos que Costa Rica realizó con el FMI en la década de 1980, así como la constante ética política reciente de ganar votos atacando las funciones del Estado, el expresidente Alvarado tildó de central logro sumario el haber alcanzado otro acuerdo de crédito-deuda con el FMI. Acción que sustentada en la crisis mundial dada con la pandemia por covid-19 en el 2020, fue motivador sine qua non el gobierno Alvarado Quesada evitó cualquier posibilidad de reforma social y económica del país, pues impulsó una de las acciones más comunes, reiteradas y consonantes con la política capitalista: Pedir dinero prestado. Endeudamiento por mucho, ajeno a cualquier concepción de reforma en el país, pues con centralidad en los últimos 20 años, Costa Rica ha venido construyendo obra pública por medio de reiterados endeudamientos con el BM, BID y en el caso –casi absurdo– de la concesión de la carretera #27, a la compañía OAS, que usufructuará riquezas por más de 20 años más, en una carretera cuyos puentes y planos, los aportó el Estado, dejando a esta constructora libre de la pavimentación y el cobro excesivo de peajes.  Siendo entonces que Carlos Alvarado gobernó tal cual lo promovieran con tanto ahínco los tres gobiernos de la década de 1990, que convencidos de los magnos poderes del libre mercado, arriesgaron la imagen de sus partidos políticos en procura de tan ansiadas posibilidades de acción mercantil lejanas de las regulaciones del Estado, con lo cual, Carlos Alvarado fue completo seguidor de esta ideología aun y cuando al interno del PAC esta no era política doctrinaria, llevando a este presidente, a propiciar una ruptura interna en su propio Gabinete; y la fracción legislativa y el Comité  Político del PAC, cuyo resultado se tornó muy evidente con la desmotivada votación que el PAC logró en 2022, lo que sería la desaparición completa de un partido político que proclamándose “diferente” y de “centro”, vio como Carlos Alvarado les ignoraba con sus políticas.

Es incorrecto que un cientista social como Carlos Alvarado, nombre a su Gobierno “con vocación reformista” cuando todas sus acciones mayúsculas, fueron de continuidad de un modelo de más liberalización macroeconómica. Su gobierno fue de continuidad ideológica desde que en 1982 Costa Rica rápidamente se unió a practicar los idearios del Consenso de Washington (CW) que de la mano del FMI y el BM, han venido achicando la capacidad institucional de acción de los Estados especialmente en el todavía llamado tercer mundo. De esta manera, el politólogo hace una lectura incorrecta de su supuesta “vocación reformista”, cuando los esfuerzos desde su mandato, mantuvieron un continuidad conceptual y práctica de oficialismo neoliberal en el poder. Dura contradicción para el político que dejando su gobierno en estos días, fue también influyente en el voto mayoritario del país que junto con el PUSC y el PLN, ha entendido que el PAC no era ningún partido de “centro”, de “vocación reformista” o una posibilidad real de cambio ante las descollantes desigualdades sociales del país; generando condiciones para que el populismo de derecha radical elitista llegará al poder, encontrando entonces en el discurso y postura tosca de confrontación de Rodrigo Chaves, un candidato que bajo el imaginario de fuerza de sí mismo, logró la mayoría del sufragio nacional y ahora es el nuevo presidente que similar a Carlos Alvarado solo que de manera más abierta, promulga los beneficios del CW y la retórica vigente de señalar al funcionario/a público como responsable de la crisis fiscal y socioeconómica del país; en lo que serán cuatro años de un gobierno sin partido, de un presidente sin comunidad política, de un hombre machista que no se tuerce ante las críticas sino que se fortalece de éstas, de un líder político cuya única postura irrenunciable es que su lugar es desde el mandato y de un economista neoliberal que proclamando su grandeza, invita a que todos los sectores entren en su propia arena de juego: La llegada de Cell.

Cell –ya en el momento final de este ensayo de opinión política– es un personaje del manga-animé japonés Dragon Ball Z, que escrito por Akira Toriyama e ilustrado por Toyotarō, llega a la tierra solo, es decir, es un solitario. Llega en función de lograr su máxima transformación que va logrando conforme vence rivales y les succiona su poder. Cell es un completo desconocido para el mundo que la historieta animada recrea, pero que una vez que hace su llegada, todas las miradas de la prensa, la opinión pública y los ojos de la ciudadanía se voltean sobre él: Es su fuerza, tamaño, el temor que genera y su incapacidad de detenerse, lo que llama la atención de todas las audiencias, mismas que con temor y admiración, encuentra adeptos que le siguen en su proceso de fortalecimiento individual; esparciendo tensiones entre quienes están a su alrededor. Cell, que luego de haber albergado suficiente fuerza por medio de la energía de sus seguidores (especialmente androides en el animé), pasa hacer una invitación para que todas las personas y seres lleguen a luchar contra él, en un torneo de lucha cuyas reglas y escenario de contienda fueron creados por él mismo, y que bajo una lógica de invitación indiscriminada, este poderoso ser hace un llamado general a participar de su torneo. Mismo en el que él es el árbitro, anfitrión, participante y el gran reto a vencer: Rodrigo Chaves y su slogan de “comerse la bronca” así como la peculiar idea de hacer Gobierno con gente que desconoce.

Esta metáfora podrá ser de fácil interpretación por quienes han visto este masificado aunque también violento y misógino animé, que muestra el llamado de Cell para competir en su arena, centralizando la atención de millones, teniendo todos los micrófonos y cámaras a su temple, y será él, quién lo decida todo. El inicio y el fin del mismo torneo, el rival a vencer y el hospedador, el dirigente de la metodología y el hacedor de justicia. Cell es entonces, una vez que ha iniciado el torneo de artes marciales, el eje central de todas las decisiones, sin quórum, sin grupalidad que le retroalimente, sin negociación y sin titubear, se presenta como el candidato más fuerte, el más indicado, el que debe ser más admirado y el que siendo temido, busca se le obedezca. Así inicia, se desarrolla y finaliza la saga de Cell en este animé: Todas las decisiones le serán y solo caído el torneo finalizará. No hay punto intermedio, en favor o en su contra. Bajo su protección o desde la lucha. Así es la llegada de Cell, la impronta de una nueva era. La confrontación como norma, el triunfo del más fuerte como meta y la siempre constante disyuntiva del líder hegemónico, o con él o en su contra. ¿Rodrigo o Presidente?, solo uno de los dos llegará al final del período, solo uno de ellos saldrá talante, o la figura democrática representada en el mandatario, o el individuo que detrás de éste; sin posibilidad de renunciar a sus lecturas, es su palabra o ninguna otra, es su decisión o la pelea. La democracia o su voluntad. El contrapeso o la obediencia, pero nunca, la negociación. Cualquiera se irá del torneo menos el anfitrión, no quedará nadie en el Gabinete si no se le obedece. No existe el recambio, es ser Presidente o ejercer Democracia la disyuntiva. ¿Rodrigo o Presidente?, difíciles cuatro años para Costa Rica; una era no deseada que ya llegó.