
Imagen tomada de: Tec Science – Tecnológico de Monterrey
Por: Bryan Vargas Vargas
Con mis estimadas estudiantes de arquitectura de la Universidad de Costa Rica y funcionarias de la Universidad Estatal a Distancia estuvimos en días recientes discutiendo sobre instrumentos de gestión de suelo urbano, propiamente sobre las técnicas de reparto de cargas y beneficios, y la recuperación de plusvalías para el financiamiento de proyectos urbanos. Estas técnicas tienen como fundamento que la ciudad es una producción colectiva, que por tanto los beneficios de ocupar la ciudad deben ser devueltos a la sociedad, y que nadie es merecedor de riquezas que no ha trabajado.
No había que ir tan lejos para estudiar algunos casos; revisamos normativas y proyectos en nuestra América y, con algún detalle, casos en Colombia. Las discusiones y posibilidades de financiar la ciudad con un interés colectivo son amplias, pero pronto chocamos con la realidad de la planificación urbana costarricense y otros tantos males.
Mi postura sobre la ciudad que tenemos es que el problema no es solo la falta de una planificación efectiva, sino, sobre todo, que el territorio y la ciudad tal cual están, son útiles para intereses particulares. En palabras coloquiales: cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta; más bien, creo que son ratones con destrezas de manipulación felina.
Los malestares de la ciudad no hace falta que yo los enuncie porque todas las ciudadanas los vivimos a diario, con costos ambientales, económicos, tiempos de familia, derechos arrebatados. En este dejar hacer sobre la ciudad, me parecen descontextualizadas discusiones como la de la IA en la arquitectura, o el voltear a ver afuera a ejemplos de ciudades sostenibles del primer mundo, cuando en nuestro caso no podemos ni con los planes reguladores.
El Congreso de Arquitectura 2025 del Colegio de Arquitectos de Costa Rica tiene como temática la IA como columna vertebral del mismo. No quiero negar con esto que la inteligencia artificial no traiga transformaciones en el ejercicio de la arquitectura; lo que sí quiero señalar es que no hay una realidad social urbana que sustente una discusión de ese tipo. Nuestra urbe tiene los problemas de planificación más elementales, y aun en el 2025 habrá quienes tenemos que, una y otra vez, hacer ver la importancia de la planificación. Seguimos siendo los mismos monotemáticos que decimos que atender la ciudad es importante.
La mitad de nuestros municipios ha logrado un plan regulador a brincos y a saltos; otros lo tienen de forma parcial, y otros nos quedaremos con las ganas. Hay muchos factores en esto, y desde mi perspectiva es clave fortalecer los gobiernos locales para lograr un avance, mientras algunos ideólogos dirán que lo mejor es dejar hacer. Sobre el territorio y la ciudad hemos “dejado hacer” históricamente, y no veo mayor avance. Ya entrado mayo con las lluvias, el caos se apodera de la movilidad urbana; el mal humor y el cansancio se apoderan de las personas usuarias del transporte público, o mejor dicho, transporte masivo privado, pero eso será una discusión para otro momento.
No tenemos lo elemental: planes reguladores, derecho a la vivienda, movilidad adecuada, infraestructura adaptada a las necesidades reales de la ciudad… y la lista sigue. Esto, en términos estrictos de la forma urbana, habría que sumarle la tremenda desigualdad social que nos caracteriza, desde la cual habrá quienes tengan la capacidad de hacer frente a ciertas problemáticas, y otras que seguirán viviendo debajo de un puente.
Ante estos paisajes ya conocidos por todas, vuelvo al inicio: los instrumentos de gestión de suelo. Con ambos grupos vimos el potencial de los mismos para terminar tristemente diciendo: “¿Se imagina proponer eso en Costa Rica? La gente va a brincar”. Y claro, de las pocas experiencias que tenemos sobre proyectos urbanísticos, la práctica ha sido lo opuesto. Por ejemplo, en el proyecto de repoblamiento de San José se incentivó una exoneración de impuestos a los desarrolladores. En cambio, una medida más solidaria con la ciudad y la sociedad habría sido recuperar las plusvalías en favor del espacio público en La Sabana, que hoy está deteriorado, a pesar de toda la riqueza que se produce en sus torres. Nuevamente, dejar hacer y fortalecer los capitales inmobiliarios. ¿Se imaginan haber pedido un porcentaje de vivienda de interés social en esas torres? El escándalo que pudo haber sido.
Desde mi perspectiva, y como miembro del Colegio de Arquitectos, considero que se necesitan discusiones más urgentes desde la arquitectura: el derecho a la ciudad, el derecho a la vivienda, las desigualdades urbanas, la segregación urbana, la movilidad urbana, la normativa urbanística, la recuperación de plusvalías, la sensibilización y participación ciudadana en el quehacer urbano, el empoderamiento y fortalecimiento de los gobiernos locales.
Pasa lo mismo con las discusiones sobre ciudades sostenibles. Y sí, hay excelentes ejemplos en el mundo de cómo hacer ciudades sostenibles y adaptadas a las demandas de la población y al cambio climático. Pero no es nuestra realidad, no discutimos desde allí. Si tomamos como referencia para nuestro modelo de ciudad las del “primer mundo”, cometemos el gran error de omitir nuestro proceso sociohistórico, y, sobre todo, de ignorar que la forma en que se desarrolla el capitalismo global es una relación de condicionalidad, no una cuestión de querer ser con base en buenos deseos. No podemos tomar como tipos ideales las grandes ciudades cuando nos asusta una propuesta de recuperación de plusvalías; cuando las lluvias inundan la ciudad y la gente simplemente se pone botas y sigue. No se puede hablar de ciudades sostenibles mientras miles de personas no tienen un techo digno. Es una burla someterse a objetivos de desarrollo sostenibles sobre la ciudad, cuando muchas ciudadanas viven en un rancho.
Nos falta todo por hacer. Es una desesperanza en algunos momentos, pero también una página en blanco que puede pintarse bonita. No se pintará bien “dejando hacer» a los intereses particulares. Se deben respetar derechos y concebir a ciudad como un producto colectivo. Empecemos por lo humano: dignifiquemos la vida en la ciudad. La IA y el discurso de sostenibilidad en una sociedad desigual y fragmentada no es más que un sueño ingrato.
Bryan Roberto Vargas Vargas
Arquitecto
UNED